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Tribuna
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Cómo ganar a los antivacunas

La elección de los mensajes es fundamental para que tengan éxito las campañas contra el escepticismo sanitario

Una niña recibe una vacuna contra la difteria en el Hospital Municipal Los Alcarrizos el pasado 28 de marzo en Santo Domingo (República Dominicana).
Una niña recibe una vacuna contra la difteria en el Hospital Municipal Los Alcarrizos el pasado 28 de marzo en Santo Domingo (República Dominicana). Orlando Barría (EFE)

Es más fácil creer que saber, decía Josep Pla. Tener el valor de servirse del propio entendimiento es una de las divisas básicas de la Ilustración. En su célebre ensayo publicado en 1784 en un periódico berlinés, respondiendo a la pregunta Qué es la Ilustración, Kant incluyó a los médicos entre los tutores tradicionales de la humanidad: “¡Es tan cómodo ser menor de edad! Si tengo un libro que piensa por mí, un pastor que reemplaza mi conciencia moral, un médico que juzga acerca de mi dieta, y así sucesivamente, no necesitaré de mi esfuerzo”.

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Más de dos siglos después, esta divisa de luz proyecta alguna sombra. Resulta que librarse de la “conducción ajena”, por emplear el sintagma del sabio alemán, no siempre ilumina el entendimiento hacia decisiones más justas, sabias y saludables. Tomemos el caso de la información médica, ahora más asequible al público que nunca; incluso es posible encontrar fuentes primarias de investigación gracias a la nueva normativa, que requiere publicar en abierto los ensayos clínicos.

Esta facilidad, sin embargo, no ha servido para alcanzar la “mayoría de edad” kantiana ni altas cotas de Ilustración, y también puede utilizarse para el innoble propósito de confundir al público. La antropóloga de la salud Anna Kata propone entender esta aparente paradoja en el contexto del “paradigma posmoderno de la salud”, según el cual la medicina científica es solo “otro tipo de conocimiento” susceptible de combinarse con aportaciones de “expertos” advenedizos autoformados en la red. Pongamos por caso las vacunas. Tras el descenso sin precedentes en la morbilidad y mortalidad de enfermedades prevenibles como la viruela y el sarampión, este gran invento cuenta hoy en día con grupos que lo discuten.

Hay que tener muy en cuenta el rol de las emociones evolutivas en las decisiones morales

Y sus campañas, a juzgar por las bajas tasas de vacunación que se dan en algunas regiones, no parecen caer en saco roto. Ejemplo reciente de ello es el repunte del sarampión en Europa, con un aumento en 2017 del 400% de los casos respecto al año anterior, y que la Organización Mundial de la Salud achaca a las corrientes de opinión adversas a la vacunación, a menudo fiadas al prestigio de lo alternativo.

En España, la preocupación de las autoridades sanitarias se ha traducido en la cancelación de las actividades promovidas por colectivos antivacunas que iban a tener lugar este mismo mes de marzo en el marco de la feria BioCultura, avalada por el ayuntamiento de La Coruña. Yo misma planteé en diciembre una pregunta a la Comisión acerca del impacto en la salud pública del movimiento antivacunas.

Hasta el momento, la eficacia de las campañas de información para combatir el escepticismo ha sido limitada. Algunas intervenciones han logrado efectos positivos, pero poco duraderos, mientras que otras han llegado a ser contraproducentes. La experiencia enseña que no basta con que los mensajes sean correctos, también deben ser creíbles y estar bien enfocados. Lo que tomamos, en suma, por un desafío en áreas geográficas de baja alfabetización (recordemos las falsas alarmas difundidas incluso desde ciertos gobiernos africanos respecto a las campañas de sensibilización contra el sida), lo está siendo en zonas supuestamente ilustradas.

Con el propósito de entender las resistencias del público, un equipo de científicos encabezado por Avnika B. Amin, de la Universidad de Emory, llevó a cabo un estudio cuyos resultados, publicados recientemente en Nature Human Behavior, concluyeron que las campañas de sensibilización no solo han de apelar a la razón. En concreto, Amin y sus colegas proponían aplicar la Teoría de las Fundaciones Morales, desarrollada por los psicólogos sociales Jonathan Haidt y Jesse Graham, que enfatiza el rol de las emociones evolutivas en las decisiones morales. Según este enfoque, las intuiciones morales preceden a las justificaciones “racionales” y pueden dividirse a grandes rasgos en seis “fundaciones”: Cuidado/Daño; Justicia/Engaño; Lealtad/Traición; Autoridad/Subversión y Santidad/Pureza.

Algunas investigaciones ya muestran que los mensajes públicos que tienen en cuenta las fundaciones morales de la gente son más persuasivos. Por ejemplo, los conservadores están más dispuestos a reconocer la legitimidad del cambio climático cuando los mensajes orientados a proteger el medioambiente apelan al patriotismo (que se relaciona con las fundaciones de Pureza, Autoridad, y Lealtad), mientras que los mensajes dirigidos a los progresistas son más eficaces si apelan a la compasión (es decir, a la fundación de Cuidado y Justicia).

La concienciación de que no solo es suficiente con apelar a razones se abre camino

Según concluye el trabajo, que ha evaluado la correlación entre las fundaciones morales y el escepticismo en relación con las vacunas, los padres que más rechazan la vacunación tienden a valorar más las fundaciones de Pureza y Libertad, mientras que las preocupaciones por el Daño y la Justicia no predicen más dudas con las vacunas. Los resultados avalan la intuición de que los escépticos ven las vacunas como procedimientos “antinaturales”, y que cuestionan la libertad de elección en un entorno social donde hay mayor desconfianza hacia la autoridad.

Los autores sugieren enmarcar los mensajes públicos teniendo en cuenta estos resultados. Por ejemplo, una intervención enmarcada en términos de Pureza podría rezar así: “Mejora las defensas naturales de tu hijo contra las enfermedades. Mantén a tu hijo libre de infecciones y vacúnalo”. Una intervención enmarcada en términos de la fundación de Libertad podría plantearse de este modo: “Toma el control de la salud de tus hijos. Las vacunas ayudan a que los niños tengan vidas saludables y felices”. Cada mensaje a su vez iría acompañado de imágenes que apelarían a las fundaciones morales sensibles en cada caso.

La concienciación de que no solo es suficiente con apelar a razones está abriéndose camino desde otros planteamientos más espontáneos. Por ejemplo, el verano pasado en Las Vegas, donde participé en un panel en la conferencia anual del SciCon, tuve el placer de conocer a las “Science Moms”, un grupo de entusiastas mujeres científicas empeñadas en superar los estereotipos sobre la ciencia y los científicos que distorsionan los mensajes públicos. Su iniciativa subraya la importancia del enfoque en una comunicación que mezcle emoción y razón. Según su experiencia, en suma, en el ámbito de la salud pública puede ser mucho más efectivo hablar como madres y como científicas que hacerlo solo como científicas.

Las campañas globales de vacunación han representado un indudable progreso a lo largo de las últimas décadas, pero no hay duda de que el poder de las nuevas vías de desinformación nos pone a todos en un grave riesgo. Urge tenerlo en cuenta para las comunicaciones sean más efectivas. Y un mejor conocimiento de cómo operan nuestros mecanismos cognitivos es una de las claves de su éxito.

Teresa Giménez Barbat es eurodiputada por la Alianza de los Demócratas y Liberales por Europa (ALDE)

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