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Navegar al desvío
Columna
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El analfabetismo ilustrado

Manuel Rivas

En el debate público predomina una competencia altisonante para ver quién dice la última palabra, pero es casi imposible que alguien reconozca la propia ignorancia.

Cada época y cada sociedad tienen sus formas de ignorancia”, escribe Marina Garcés en Nueva ilustración radical (Anagrama), un libro que chispea indómito en este tiempo de tanto cráneo privilegiado aposentado en retrolandia. En el debate público hay una competencia permanente, ruidosa y altisonante para ver quién dice la última palabra, que, al final, suele ser Google, pero es casi imposible que alguien tenga la lucidez extrema de reconocer la propia ignorancia. O que estamos empantanados en conflictos en los que la primera causa es cultural: una ignorancia que se ignora. ¿Cuál sería la forma de la ignorancia dominante? El analfabetismo ilustrado: “La nuestra es una ignorancia ahogada en conocimientos que no pueden ser digeridos ni elaborados”.

Es una forma de ignorancia que genera impotencia, porque creemos saberlo todo, ser una especie de latifundistas del conocimiento, pero no podemos nada. Marina Garcés, que es profesora de Filosofía Comparada Oriente-Occidente en Zaragoza y una de las creadoras del grupo Espai en Blanc, nacido en un centro social okupa en Barcelona, establece la conexión entre esa ignorancia que no se reconoce como ignorancia, la del analfabetismo ilustrado, con la llamada interpasividad, que es una pasividad que no se reconoce como pasiva: “Desde las fotocopias que por haberlas hecho ya no llegaremos a leer nunca, como decía Umberto Eco respecto a los académicos, hasta las canciones o películas que por haberlas descargado ya no escucharemos ni veremos nunca”.

La escucha. Ese es el puente que se nos está bombardeando continuamente. No hay ni habrá tecnología comparable.

Me quedé con esa imagen: delegamos nuestra actividad en la máquina o el cacharro que sea. Al copiar o descargar, creemos haberlo visto y escuchado, aunque fue la máquina quien lo hizo por nosotros. Pero creemos haber engañado a la pasividad: tenemos la ilusión de haberlo hecho. En el analfabetismo ilustrado, la mente se convierte en un almacén de espejismos, en un gran desván de ectoplasmas, algo así como la materia de la que están hechos los fantasmas. El Domingo de Ramos, 25 de marzo, pasé un buen día con la Nueva ilustración radical. La vida está llena de casuales causalidades. Ese mismo día me tomé un café con Steven Spielberg, con la entrevista que le hizo Guillermo Abril en El País Semanal. Hay gente que te caía bien y que te cae todavía mejor después de escucharlo. Porque ese es el secreto de una buena entrevista: que te permite escuchar al entrevistado. No abandonas, no delegas la escucha. Incluso anotas. Como cuando habla del miedo como motor de creación. Eso es lo que sitúa a Spielberg, por grandes que sean sus producciones y por más que trabaje en la “industria de Hollywood”, en la pura tradición del contar. Es el miedo, la necesidad de vencerlo, el “alma espinal” del arte de contar.

Pero lo mejor vendría en la despedida. A su manera, Spielberg daba una respuesta a la plaga del analfabetismo ilustrado. Hablaba de una extraordinaria e indelegable capacidad humana. La pregunta era si había algo que consideraba esencial transmitir a sus nietos, “la pista clave para la vida”. Y la respuesta fue: “A mis nietos les digo siempre lo mismo: antes de hablar, párate y escucha al otro”.

La escucha. Ese es el puente que se nos está bombardeando continuamente. No hay ni habrá tecnología comparable. Ves ese sencillísimo diseño y no entiendes cómo no se le dedica un capítulo en el Génesis: “Y pasó un día y pasó una noche, y Dios creó el martillo, el yunque, la cavidad timpánica, el nervio vestibular… ¡La trompa de Eustaquio!”. El oído es una herramienta maravillosa, que el avance científico podrá reparar y potenciar. Pero lo realmente importante, el gran gesto fundacional, civilizatorio, es el activismo de la escucha. En Las voces de la historia (editorial Crítica) Ranahit Guha lo dice de esta forma tan sutil: “Escuchar significa estar abierto a algo y existencialmente predispuesto: uno se inclina ligeramente a un lado para escuchar”. Y este historiador de origen hindú se refería al papel tan relevante y silenciado de las mujeres en las luchas sociales bajo el colonialismo. Ellas tejían redes solidarias con más rapidez porque estaba habituadas, generación tras generación, las voces que hablan en tono bajo, las voces doloridas, frente al tono peculiar del poder: “Un ruido de mando característicamente machista”. Por ahí debería comenzar a tratarse el analfabetismo ilustrado: Inclinarse ligeramente a un lado para escuchar.

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