Reiki de ida y vuelta
La mayoría de pseudoterapias no están avaladas por la ciencia. Hay que tener mucha fe para poner la salud de uno en manos de alguien que te hace supuestos pases mágicos sólo con sus dedos.
En el año 2011 se anunció en la prensa que varios hospitales españoles iban a implementar unidades de reiki como apoyo a los pacientes oncológicos. Durante estos siete años hemos visto cómo les hacían a los enfermos una especie de masajes, a veces pasando las manos a cierta distancia del cuerpo, para reconducir o reequilibrar las energías y así recuperar la salud. Todo ello de manera oficial, amparado por algunos colegios de médicos o universidades. De hecho, estas técnicas no se diferencian mucho de cuando un curandero te hace una imposición de manos o un sacerdote te bendice. Sin embargo, parece que los años dorados del reiki llegan a su fin. La Organización Médica Colegial ha creado un observatorio de pseudoterapias donde el reiki es una de las más cuestionadas. El Gobierno de Madrid prohibió esta pseudociencia en 2017.
Técnicas como el reiki, el ‘tapping’ o el ‘shiatsu’ no han superado nunca ningún ensayo clínico. Tampoco son efectivas.
El reiki es una disciplina que se anuncia como milenaria, pero no es cierto. Es el invento de un monje budista llamado Mikao Usui. Le vino la inspiración en 1922, después de una jornada de meditación en lo alto del monte Kurama (Japón). Básicamente lo que hizo Usui fue recoger conceptos propios de la medicina tradicional china, como el de la energía vital o qi, y reinterpretarlos a su gusto, pero sin ninguna aplicación del método científico. Ni evidencia de su funcionamiento. De hecho, el significado del nombre es incierto, pero parece ser también un préstamo del termino chino que quiere decir “influencia espiritual”. Tampoco se puede considerar que sea oriental.
Al fallecer Usui, se crearon diversas escuelas. Una de ellas fue creada en Hawái por la estadounidense de origen japonés Hawayo Takata. A través de ella se exportó a Occidente. Como pasa con muchas pseudomedicinas, cualquiera puede reinterpretarla a su gusto, así que a partir del reiki se ha derivado el shiatsu o acupresión, que viene a ser una acupuntura sin agujas. Fue inventado por Tokujiro Namikoshi en 1940 —aunque también se venda como técnica milenaria— y su práctica consiste en presionar con el dedo. Otra derivada de esta pseudociencia es el shenshu: reiki para animales de compañía. Y como parece que la imaginación no abunda, el shiatsu tiene una copia occidental llamada EFT o taping, que no solo sirve para calmar dolores al estilo de la acupuntura, sino que también se puede aplicar en caso de problemas psicológicos. Hasta la recomiendan para arreglar lavadoras (y no es broma).
La mediática Sor Teresa Forcades imparte cursos de esta disciplina en su monasterio. Así que ya hemos visto cómo en menos de un siglo, a partir de las elucubraciones de un monje han nacido toda una suerte de disciplinas que comparten un nexo en común: ninguna ha superado nunca un ensayo clínico. ¿Son efectivas? No. No hay ninguna evidencia de su funcionamiento. Hay que tener mucha fe para poner tu salud en manos de alguien que te hace pases mágicos. Si leemos lo que se puede encontrar en la página web del maestro John Curtin, presidente de la asociación española de reiki, dice barbaridades como la siguiente: que el cáncer es “rabia que te consume, un deseo de auto-destrucción”. Aparte de mezclar conceptos de medicina india con japonesa, asume que es una enfermedad psicosomática que se debe a problemas emocionales, algo que no es cierto. El cáncer es algo muy serio y no es culpa de los sentimientos de la persona que lo sufre. Hacer algo así es bastante miserable, pero cuando practicas una disciplina que te vas inventando sobre la marcha, puedes hacer afirmaciones gratuitas como esta. Pseudomedicinas como el reiki y sus derivadas, cuanto más lejos de los hospitales mejor.
La pseudociencia que desmontó una niña de nueve años
Una de las muchas derivaciones del reiki fue el toque terapéutico. Se supone que los practicantes de esta técnica son capaces de detectar la energía vital, que si se desequilibra, puede causar enfermedades. Esta pseudociencia se desmontó con un sencillo experimento llevado a cabo por Emily Rosa, una estadounidense de nueve años. Cuando cursaba cuarto de primaria, le encargaron un trabajo de ciencia. Ella diseñó un sencillo experimento para demostrar la ineficacia del toque terapéutico. Cogió un trozo grande de cartón y lo puso sobre una mesa, como si fuera un biombo. Le hizo dos agujeros para que las manos del tocador terapéutico quedarán apoyadas sobre la mesa con las palmas hacia arriba del lado de la niña. Rosa ponía una de sus manos sobre la del terapeuta, a distancia suficiente como para que no detectara el calor. Si detectaba algún tipo de energía, el sujeto tenía que acertar sobre cuál de sus manos había puesto Rosa la suya. ¿Cuál fue el resultado? Los tocadores terapéuticos acertaron sólo en el 44% de las veces, lo previsible por azar. En 1998 Rosa se convirtió en el autor más joven en firmar un artículo de investigación en la prestigiosa revista de la Asociación Médica Americana.
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