La revolución de los tejidos
Oficios artesanos centenarios conviven con los más recientes ingenios de laboratorio. En la nueva moda masculina, tecnología y tradición han conseguido labrarse un hueco sin excluirse. En esta industria, cada material esconde un relato propio.
En una época que ha consagrado la tendencia unisex y las prendas sin género, la moda masculina marca distancias con la femenina gracias a su forma de entender los tejidos y los materiales. Si a mediados de los noventa el gurú Alan Flusser afirmaba que la sastrería era el vivo reflejo de la continuidad y la autoridad, hoy la cuestión de la durabilidad sigue siendo un caballo de batalla para firmas, diseñadores y artesanos. En la moda para hombre, tradicionalmente estable, el qué —los tejidos— ha sido siempre tan importante como el cómo —la forma y el corte—. Y la ansiada calidad se refleja de distintas maneras. Por un lado, en prendas técnicas destinadas a perdurar. Por otro, en la conservación y renovación de procesos textiles ancestrales.
El archipiélago escocés de las Hébridas Exteriores acoge una de las industrias artesanales más singulares del mundo. Cada mañana, en varias de sus islas, cuatro centenares de hombres y mujeres se sientan ante unos telares manuales situados en sus hogares y urden durante horas metros y metros de tweed, un tejido de lana esponjoso y multicolor. En eso, esta forma de trabajar no difiere de las decenas de talleres artesanos que producen textiles de lujo a lo largo y ancho del planeta. Sin embargo, el proceso de elaboración del Harris Tweed es el único que cuenta con una ley propia desde 1993. “Fue una decisión visionaria”, asegura Lorna Macaulay, directora ejecutiva de la Autoridad del Harris Tweed, el organismo que regula la aplicación de esta peculiar norma. “En aquella época el mercado del tweed estaba creciendo y había cuestiones que solucionar”, explica en alusión a las falsificaciones y la confusión acerca de la autenticidad de este tejido centenario. “Es posible que sus impulsores previeran los cambios que iba a experimentar el mercado textil, la irrupción de la industria asiática y el papel de las nuevas tecnologías, y en ese sentido fue algo valiente”.
En el mercado masculino, el qué — los tejidos— ha sido siempre tan importante como el cómo —la forma y el corte—
Desde hace 25 años, la entidad que dirige Macaulay es la única autorizada para otorgar el sello de calidad que se imprime en cada metro de Harris Tweed. “Se trata de un material muy especial, y gracias a la ley sabemos que nunca podrán llevárselo a otro lugar”. Aquí la lana se tiñe antes del hilado, por lo que una misma hebra acaba teniendo varios tonos. El resultado es un tejido artesanal, resistente y, por lo tanto, costoso. En 1966, en la cumbre de su popularidad, llegaron a exportar 7,6 millones de metros. “Ahora estamos en 1,6 millones, y no creo que vayamos a aspirar a ser otra vez una industria de 7”.
El tweed, uno de los ingredientes imprescindibles para entender la indumentaria masculina clásica, se consolidó a mediados del XIX, cuando Lady Dunmore, una aristócrata entusiasta, decidió impulsar la industria local. Actualmente, su estabilidad depende de las tendencias, y hay razones históricas para ello. Con la evolución de la sastrería moderna, el desarrollo de nuevos tejidos más resistentes, sofisticados y lujosos es un valor diferencial de la moda masculina. También es un modo de aportar innovación y originalidad a patrones, cortes y tipos de prenda que habitualmente varían menos que sus homólogos femeninos.
En Pitti Uomo, la feria de moda masculina que se celebra dos veces al año en Florencia, las distancias cortas le ganan la partida a la espectacularidad de los desfiles. Muchas de las 1.244 firmas que participaron en la edición del pasado enero fiaban al tacto el éxito de sus productos. Los responsables de cada marca invitaban a tocar las prendas, a sopesar la consistencia de los tejidos, a admirar la sutileza de los materiales y a descubrir sus historias. En un tiempo en que gran parte de la ropa que compramos viaja por todo el mundo antes de llegar a nuestras manos, garantizar la trazabilidad de cada material se ha convertido en una obsesión para quienes aspiran a cambiar las reglas del juego.
Ejemplo paradigmático es el de Ermenegildo Zegna, firma de lujo global que nació en 1910 como un taller de tejidos. El telar de la casa, el mismo que inauguró el fundador en Trivero, un pueblo de los Alpes italianos, sigue siendo hoy el principal motivo de orgullo de una compañía que presume de contar con una estructura vertical. Eso significa que tanto la granja donde se crían los animales como las tiendas pertenecen a la empresa. Y que, por tanto, pueden responder de todo lo que sucede durante el proceso.
La calidad se refleja de dos maneras: en prendas técnicas destinadas a perdurar y en la conservación de procesos ancestrales
Si el tweed escocés se elabora con lana de merino, los tejidos de Zegna presumen de italianidad experimentando con fibras más ligeras y flexibles, como lana extrafina de Australia, mohair sudafricano, cachemir de Mongolia, alpaca de Bolivia y vicuña, que Zegna obtiene gracias a su colaboración con el International Vicuña Consortium, que regula la utilización de esta fibra tan difícil de obtener bajo la supervisión del Gobierno peruano. A finales de los ochenta la vicuña llegó a estar en peligro de extinción, pero hoy existen más de 150.000 ejemplares en Perú, y Zegna financia la construcción de pozos y sistemas hídricos que garanticen la supervivencia de ganaderos y animales durante el gélido invierno andino. La firma ha incluido en su estrategia de comunicación información exhaustiva acerca del proceso de producción. Incluso hablan de los cardos con que sus empleados cepillan el tejido para limpiarlo antes de darlo por terminado.
Con estos mimbres, el mercado de la moda masculina ha sabido desarrollar códigos propios y también un tipo de erudición única en la industria. En cientos de foros especializados, los aficionados a la sastrería debaten sobre proveedores, materias primas, acabados e innovaciones. Las camiserías actualizan sus catálogos porque cada vez más clientes acuden en busca de tejidos específicos —como el algodón Sea Island, de gran calidad debido a la longitud de sus fibras— o reclamando referencias de productores como Supima, una firma norteamericana cuyo algodón cuenta con clientes como Brooks Brothers.
Cada vez más firmas incluyen en sus prendas información detallando el origen y razón de ser de cada tejido que utilizan
La batalla de los tejidos en la moda para hombre se libra hoy en el campo de lo artesanal, pero también en el de la tecnología. Según datos del informe más reciente de Euratex, el 38% de las exportaciones globales del sector textil europeo en 2016 correspondieron a tejidos técnicos, que antaño eran patrimonio exclusivo de la ropa deportiva. El italiano Enzo Fusco, responsable de la expansión comercial de la compañía bostoniana Blauer, especializada inicialmente en uniformes para los cuerpos de seguridad, presenta cada año innovaciones que van desde unos plumíferos cuyo relleno se obtiene reciclando edredones nórdicos hasta prendas aislantes inspiradas en la indumentaria militar. “Podríamos usar el cachemir, pero no sería algo propio de nuestra filosofía”, explica.
Para muchos de los empresarios que están transformando la industria, la innovación puede ser tan seductora como la tradición. La japonesa Uniqlo ha forjado buena parte de su fama gracias a sus plumíferos sintéticos ultraligeros y asequibles. Stone Island, fundada en 1982, analiza uniformes y ropa de trabajo para crear chaquetas técnicas con materiales futuristas. Por ejemplo, monofilamento de nailon, tejidos termosensibles que cambian de color con las variaciones de temperatura o revestimientos de acero inoxidable como los que se emplean para proteger los sistemas informáticos de las aeronaves. Con la imaginación al servicio de la tecnología —y viceversa—, la casa italiana Herno ha sabido convertir cada uno de sus lanzamientos en un alarde de técnica. “Los hombres fueron los primeros en aproximarse a las prendas técnicas de exterior y a pedir resultados muy exigentes”, explican fuentes de la firma. “Probablemente al principio estuvieran más atentos al factor funcional, pero pronto empezaron a demandar prendas no solo adaptadas al deporte, sino también a la vida urbana”.
De esa inquietud han surgido algunos logros recientes de la empresa, como una chaqueta bómber cuyo nombre, 5 Denier, hace referencia al peso de su fibra de nailon, la más fina del mundo para prendas de exterior. En la última edición de Pitti Uomo, Herno presumía de su colección Laminar, creada en colaboración con Gore-Tex, que ha conducido al desarrollo del primer plumífero totalmente impermeable y sin costuras tradicionales. También de chaquetas futuristas que, a distancia, parecen elaboradas en piel, pero de cerca revelan un tejido de membrana aislante.
Hoy la casa factura ropa que ha sustituido los logos visibles por soluciones técnicas: prendas cortadas con láser, termoselladas, vulcanizadas o cosidas con ultrasonidos, tejidos que repelen el agua y diseños minimalistas. En un mundo en el que se producen 2.000 millones de kilos de lana de oveja, pero solo 5 millones de kilos de cachemir, el lujo sostenible consiste en cuidar cada etapa de la producción artesanal, pero también en elevar la tecnología —y el reciclaje— a la categoría de arte. Por eso no extraña que cada vez más firmas incluyan en sus prendas, a modo de etiqueta, informaciones que detallan el origen y la razón de ser de cada tejido. La moda masculina ha aprendido a seducir a base de didáctica y ha convertido a sus clientes en consumidores activos atentos a las cifras, los tecnicismos y las historias, consolidando su papel como gran fábrica de relatos global.
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