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Columna
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Pompeo y el inmovilismo de Cuba

Salvo otra invasión, EE UU lo intentó todo: por las buenas Obama y por las malas Trump

Juan Jesús Aznárez
El director de la CIA, Mike Pompeo.
El director de la CIA, Mike Pompeo.Aaron Bernstein (REUTERS)

La iniciativa de atribuir a las cloacas cubanas un ataque acústico contra los funcionarios de la Embajada de Estados Unidos en La Habana pudo parecer peregrina, un anacrónico retorno a la Guerra Fría, pero no lo sería de confirmarse sospechas poco descabelladas: se trató de una argucia concebida por el exdirector de la CIA y nuevo secretario de Estado, Mike Pompeo, cuya beligerancia continuará desde la diplomacia. El objetivo fundamental de aquella maniobra, pero no el único, fue apuntillar progresivamente la distensión promovida por Barack Obama porque se acometió sin exigir democracia a cambio.

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Para castigar el supuesto ataque 15 diplomáticos cubanos fueron expulsados de Estados Unidos, que recomendó a sus nacionales no hacer turismo en Cuba, que ingresa cerca de 3.000 millones de dólares anuales por ese concepto. La repatriación de 24 empleados de la legación norteamericana está causando irritación social, como se pretendía. Miles de beneficiarios de visados migratorios se vuelven locos para recogerlos en La Habana al haberse reducido en un 60% el número de funcionarios encargados de tramitarlos; deben hacerlo en Colombia. EE UU otorga a Cuba hasta 20.000 visados anuales por sorteo

Año y medio después, la supuesta agresión sónica no ha podido ser documentada. No se publicaron los partes médicos de las víctimas, ni los equipos utilizados para enfermarlas. La embajada instaló grabadoras en los domicilios de su personal sin resultado alguno; tampoco lo obtuvieron los agentes del FBI desplazados. La acusación pareció inspirarse en una película de James Bond, dijeron los expertos en acústica consultados por The New York Times.

El rumbo de las relaciones retomará el histórico antagonismo si aciertan las conjeturas del castrismo, experto en descubrir maquinaciones y en prepararlas: el nuevo canciller concibió el ardid acústico cuando era jefe de la CIA, en complicidad del senador por Florida Marco Rubio, presidente del subcomité de Asuntos Exteriores, cercano a Pompeo y una suerte de asesor palaciego en asuntos cubanos.

Con Mike Pompeo, el régimen sabe a qué atenerse. En 2015, cuando era representante por Kansas, copatrocinó el proyecto de ley Cuban Military Transparency Act, que prohíbe los intercambios financieros con empresas gestionadas por los militares cubanos. Hasta ahora, el Gobierno de Raúl Castro ha capeado las hostilidades sin estridencias, tratando de salvaguardar los restos de una distensión que acentuó la liberalización económica sin obligar a la apertura política. No parece dispuesto al contrataque porque, entre otras razones, teme que Trump lo esté buscando.

El discurso de la Unión Europea también deberá aclimatarse a la nueva interlocución. “Espero que volvamos a Cuba pronto”, escribió el diplomático de la embajada Scott Hamilton. “Hasta la próxima”. La próxima no parece cercana. Menos otra invasión, EE UU lo intentó todo: por las buenas con Obama, y vuelta a las malas con Trump, cuyo nuevo titular de Exteriores parece tenerlo claro: cualquier operación, encubierta o diplomática, que complique la vida del régimen le sirve.

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