Frustración
En el mundo analógico sucede justamente lo contrario: que gran parte de las personas reales carece de una existencia verdadera
Yo en Twitter soy yo, pero por lo visto hay mucha gente que no es ella. Gente a la que aquí se la conoce como García, por ejemplo, y allí como Domínguez, Ledesma o Maldonado. Los llaman “perfiles falsos” y cada persona real puede tener los que le dé la gana. Cien, doscientos, un millón o más. Hay quien se sienta cada día ante el ordenador dispuesto a pastorear un rebaño inmenso de heterónimos, cada uno con su idiosincrasia, signifique lo que signifique idiosincrasia. Y esto no solo pasa en Twitter, sino también en Instagram o en Facebook, donde puedes socializar con tus datos personales o con los que te inventes. Además de nombres y apellidos, mucha gente finge profesiones, títulos universitarios o habilidades manuales. De modo que Internet está lleno de individuos que no existen. De hecho, son más los inexistentes que los existentes.
En el mundo analógico sucede justamente lo contrario: que gran parte de las personas reales carece de una existencia verdadera. Tienen su carnet de identidad y su libro de familia, pero eso no garantiza la posesión de lo que llamamos una vida. Si en España hay, no sé, pongamos que 47 millones de habitantes, a lo mejor la mitad o más son fantasmas en el sentido de que ni se les ve ni se les siente. Se suben y se bajan del autobús sin dejar huella alguna o entran por una puerta de El Corte Inglés y salen por la de enfrente sin que nadie les haya dicho ahí te pudras. Muchos de ellos se van a manifestar mañana en Madrid para abandonar esa forma de invisibilidad impuesta por el Gobierno. Tal vez otros se venguen de su irrelevancia multiplicándose en las redes. De ser así, y dadas las cifras de perfiles falsos que se manejan, la vida analógica es del todo frustrante para la mayoría.
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