Por mis tetas
Oigan, que nos fascinan. Pocas cosas generan tanto consenso. Solo se me ocurren los testículos
Confieso un secreto: tengo cuatro mamas, dos arriba y dos abajo. Al norte, las reglamentarias de hembra humana, una a cada lado del torso. Al sur, dos botoncillos sobre las séptimas costillas, de cuya existencia informó el pediatra a mi madre en términos científicos: “Politelia o pezones supernumerarios”, con la secuela de que, pese al dictamen tranquilizador del galeno, mi vieja se pasó mi niñez rezándole al fundador del Opus para que no me crecieran. Y no lo hicieron, en efecto. Ni las de abajo ni las de arriba. El hecho es que, sí, tengo cuatro tetas de nacimiento, para regodeo de mis hermanos que, aún hoy, siguen usando el dato para bajarme los humos de intelectual de la familia. O sea que, cuando hablo de ubres, hablo con tanto o más conocimiento de causa que mis congéneres. Unas por mucho, otras por poco, nos pasamos la vida bregando con ellas.
Pechos, senos, domingas, peras, melones, globos, bubis, lolas, perolas, “muchachas”, en la denominación de la muy bien servida Sofía Vergara. El delirio de sinónimos ilustra la atracción que las mamas nos suscitan desde lactantes. Entre ellos, pero también entre nosotras. Aún recuerdo la que se lió en esta Redacción cuando llegó el Interviú con Terelu Campos dando el do de pecho en portada. Todos —y todas— queríamos vérselas. El tabloide Bild ha eliminado la sección en que retrataba a mujeres en cueros. Muchas lectoras, y lectores, la hallaban ofensiva. Ya era hora. Mientras el exjerarca Lluis Salvadó se ofende él solo sugiriéndole a otro machote elegir para un puestazo a “quien las tenga más gordas”, yo confieso que se me van los ojos a quienes las tienen bien puestas, pero eso debe de ser mi trauma de politélica supernumeraria. Las tetas, oigan, que nos fascinan. Pocas cosas generan tanto consenso. Solo se me ocurren los testículos. Ahora, aún estoy por ver una sección de hombres con ellos al aire en un diario. San Josemaría es testigo.
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