Cuando se instrumentaliza el dolor para expandir el racismo
Tras conocerse la detención de Ana Julia Quezada, presunta asesina del niño Gabriel Cruz, las redes sociales se han llenado de comentarios racistas y misóginos
Ana Julia Quezada fue detenida por la muerte de Gabriel Cruz, el niño de ocho años desaparecido en Níjar, Almería, el pasado 27 de febrero. Su cuerpo fue encontrado este domingo en el maletero del coche que conducía la mujer. Su caso está dando lugar a un juicio social más allá del hecho delictivo en sí mismo, en donde están interviniendo dos elementos: su condición de migrante y de mujer.
Inmediatamente después de conocerse la detención de Quezada, las redes sociales comenzaron a llenarse de todo tipo de comentarios racistas y misóginos. Basta con teclear su nombre en Twitter para leer frases donde se mezclan palabras como puta, negra, mierda, asesina, chimpancé, migrante, etc.
Los comentarios racistas no solo hacen alusión al hecho en sí, deleznable y condenable, sino que centran toda la atención en su condición de extranjera y de mujer. En el imaginario colectivo racista, la mujer migrante solo se puede ubicar en alguno de estos polos: el que la representa como la puta, ambiciosa y roba-hombres, o el que la sitúa como la mujer bondadosa, sumisa y trabajadora. La instrumentalización del caso de Ana Julia Quezada viene a añadir ahora otro elemento al primero de ellos: la asesina.
Los medios de comunicación también han hecho lo suyo. “De origen dominicano” es, quizás, la frase más repetida en la mayoría de las informaciones que se han dado al respecto, como si esta frase añadiera algún elemento informativo de relevancia o de comprensión analítica que permitiera esclarecer las motivaciones del delito.
Estigmatizar a “los otros”
Evidentemente, hacer hincapié en la condición de migrante y mujer no ayuda a explicar las razones que puede tener una persona para cometer un crimen. Lo que sí hace es estigmatizar y criminalizar a un colectivo mediante la expansión del odio y el temor hacia aquellas personas que son construidas como “los otros”, y que son presentadas como un riesgo social que debe ser controlado.
Ningún caso, por doloroso que resulte, puede dar rienda suelta al racismo y la misoginia más feroces
La importancia de frenar estos comentarios desde el minuto uno radica en el hecho de que no podemos ceder ni un milímetro ante la creación del discurso del odio racial. Este artículo no es una defensa de Ana Julia Quezada, como tampoco podría ser una acusación, porque para eso están los tribunales de justicia.
Lo que señalo es que ningún caso particular, por doloroso que resulte, puede dar rienda suelta al racismo y la misoginia más feroces sin que nadie diga o haga nada al respecto. Estos mensajes deben encontrar inmediata oposición entre quienes luchamos activamente contra el racismo.
A pesar de que la madre del niño, en un acto de generosidad admirable, ha hecho un llamamiento público a no utilizar su caso para difundir mensajes de odio, el sentimiento racista parece ser mucho más fuerte que la solidaridad con una madre que sufre. Eso da cuenta que cómo se está instrumentalizando este caso para estigmatizar y criminalizar a las mujeres migrantes, en un argumento donde se imbrican el eje racial y el de género.
Igualdad ante la ley
El paroxismo de este argumento se traduce en una petición de firmas que se está haciendo a través de internet para que Ana Julia Quezada “sea obligada a cumplir condena en la República Dominicana”. Se trata de una solicitud que contaba con casi 320.000 firmas de apoyo en el momento de escribir este artículo.
Ni la procedencia ni el color de la piel pueden condicionar el tratamiento judicial que se hace de un caso. Tampoco debemos permitir que se recurra a linchamientos en plazas públicas virtuales, creando juicios mediáticos paralelos. Igualdad ante la ley. Ni más ni menos.
Empatizar con el dolor es una cosa, difundir discursos racistas es otra. Y el silencio ante estos mensajes lo único que hace es ceder espacios discursivos. Si la sociedad española no quiere ser racista ni misógina no puede ser permisiva ni quedarse impasible ante la exacerbación pública de este tipo de narrativas.
Paula Guerra Cáceres es comunicadora social, chilena de origen, madrileña por elección, y activista de SOS Racismo Madrid.
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