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MIRADOR
Columna
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El árbol

A falta de uno de escayola o de cualquiera de los que crecen en las cunetas de las carreteras, uno vuelve al poema de Christian Bobin

Julio Llamazares
Escena de "Esperando a Godot" de Samuel Beckett, dirigida por Joan Ollé en el festival Grec.
Escena de "Esperando a Godot" de Samuel Beckett, dirigida por Joan Ollé en el festival Grec. JOSEP AZNAR

“Carretera de campo con árbol. Noche”.

Esta lacónica descripción es toda la indicación escénica que Samuel Beckett hace al comienzo de su famosa obra teatral Esperando a Godot. No se puede decir menos y a la vez más, ni describir mejor este mundo de lo que Beckett hizo con seis palabras.

Pensaba en ello viendo el otro día en la Fundación Mapfre de Madrid la exposición sobre Derain, Balthus y Giacometti, y en ella, una fotografía en la que Alberto Giacometti aparece con Samuel Beckett preparando el árbol para la escenografía de Esperando a Godot para su representación en el teatro Odeón de París, en el año 1961. Viéndolos a los dos, uno se da cuenta de la importancia que ese árbol tiene para ambos, pese a que solo sea de escayola. Los amigos que se conocieron en las noches parisienses, que coincidían en los cafés y en los cabarés existencialistas de la posguerra, no dudaron en emplear una noche entera en diseñar un árbol de escayola para una obra tan desnuda como su escenografía: “Carretera de campo con árbol. Noche”.

Últimamente, cada vez más me sucede que lo que ocurre a mi alrededor me interesa poco y que las discusiones sobre la actualidad me producen una gran pereza, salvo excepciones. Por ello discuto poco y solo con los que estoy de acuerdo. Puesto a elegir entre la razón y la paz, prefiero la paz, aunque eso me suponga guardar silencio cada vez más. En el camino machadiano, solo el árbol asienta el horizonte, que es el espejo que nos devuelve nuestra mirada y con ella el alma, que se nos va detrás de él. “Estuvimos toda la noche experimentando con ese árbol de escayola, haciéndolo más grande, más pequeño, las ramas más finas. Nunca nos pareció suficiente, hasta que nos dijimos el uno al otro: Quizás”, recordaría años más tarde Alberto Giacometti evocando la construcción del árbol de escayola bajo el que los dos vagabundos de la obra de Samuel Beckett esperan a Godot, el personaje que nunca llega, seguramente porque no existe.

La visión compartida y la complicidad entre Giacometti y Beckett acabaron alumbrando el árbol que este soñó y ambos deseaban ver y que es el mismo que muchos otros buscamos para apoyarnos en él mientras intentamos comprender el mundo. A falta de uno de escayola o de cualquiera de los que crecen en las cunetas de las carreteras, uno vuelve al poema de Christian Bobin ese que constituye la mejor descripción de la inseguridad y la duda que uno ha leído: “Me gusta apoyar la mano en el tronco de un árbol no para asegurarme de su existencia, sino de la mía”.

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