La asignatura pendiente de la arquitectura
El estudio donostiarra VAUMM consigue que los aparatosos mecanismos -ascensores y pasarelas- que hacen posible la accesibilidad se conviertan en elementos con ambición artística en un barrio de Errentería
La accesibilidad universal, esto es: poder llegar, todos —los que caminan bien, los que cojean o los que se mueven con una silla de ruedas— a todas partes —salvando los obstáculos de pendientes, cambios de rasantes o de pavimento— es una de las mayores dificultades que plantean las ciudades y los edificios. Resolver ese acceso universal requiere humildad y compromiso por parte de los arquitectos. Y debería suponer menos esfuerzo para los usuarios.
Una receta infalible para entender las necesidad de los peatones consiste en ponerse en la piel de quien cojea o de quien precisa una silla de ruedas para desplazarse. Otra, más dolorosa, se produce cuando el que necesita esa facilidad de acceso es uno mismo —tras un accidente o empujando el carrito de un bebé— es un amigo cercano o es un familiar. Todo esto podría parecer, y sería, una perogrullada si esta periodista no se hubiera cansado de escuchar a arquitectos y arquitectas que las rampas para acceder —que obliga a construir la normativa— estropean los edificios. Los proyectistas de VAUMM se tomaron ese problema como un reto conscientes de que airear esas necesidades mejora la arquitectura. El barrio de Alaberga, en Errentería (Guipúzcoa) demuestra cómo.
Levantado en los años sesenta y con prisas —para acoger a los nuevos obreros que precisaba la industria— la topografía dividió el vecindario en dos ámbitos: la iglesia y los bloques que la rodean componiendo manzanas en la parte baja y la cota alta, salpicada de inmuebles “que trepan por las laderas dejando vacías las zonas más escarpadas”, ilustran los autores de la reconexión peatonal del barrio.
Explican que el vacío verde es hoy una bendición. Pero el desnivel de más de 40 metros una perdición: divide Errentería. Su intervención ha consistido en reconectarla para el peatón con ascensores urbanos, caminos, rampas y accesos. Con todo, y a pesar de que la accesibilidad es la, insisto, asignatura pendiente de la arquitectura, el logro de VAUMM no consiste sólo en haberla aprobado. Su éxito es haberla domesticado. La naturaleza envuelve aquí estos elementos de conexión y ellos reflejan a la naturaleza –en sus acabados de acero inoxidable pulido—. Paisaje y arquitectura se camuflan, dialogan con el lugar y juegan como vecinos.
De esta manera consiguen a la vez, un barrio conectado y un entorno doblemente cambiante. El barrio se ve alterado con los cambios estacionales y horarios, y los elementos arquitectónicos se hacen eco de esos cambios alterando, también ellos, la imagen que devuelven. “El paisaje parece fluir apoderándose de lo construido, desdibujándolo” y, como sucede en otros proyectos de VAUMM el éxito radica en que deja de saberse quién gana la batalla: si el paisaje se traga la arquitectura o si esta redibuja el paisaje. El diálogo entre disciplinas es una solución sugerente. La asignatura de la accesibilidad queda aprobada con nota.
FOTOS Aitor Ortiz
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