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Columna
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Xi confirma la primavera iliberal

China arriesga con el paso de la autocracia a la dictadura unipersonal

Francisco G. Basterra
Un cartel propagandístico en el que figura el presidente chino, Xi Jinping, en una calle de Beijing.
Un cartel propagandístico en el que figura el presidente chino, Xi Jinping, en una calle de Beijing. Mark Schiefelbein (AP)

Ya es primavera para los políticos fuertes, para la Internacional Iliberal, una realidad preocupante con consecuencias globales para la democracia. La libertad funciona, un eslogan que creíamos imbatible, ya no es tan evidente. A Xi Jinping ya no le basta con ser presidente de todas las cosas, ha forzado la constitución y se ha convertido, legalmente, en el emperador vitalicio de China. Ha deshecho el gobierno colegiado por consenso en el que cabían diversas facciones, y como jugador experimentado de ajedrez que es, Xi ocupa todo el tablero.

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Putin, que amenaza con una provocadora escalada de su arsenal nuclear, actúa como un zar. Es cierto que Rusia, con la excepción de un breve periodo tras la implosión de la URSS en el que se pensó que una democracia era posible, siempre ha tenido hombres fuertes al frente. Este mes revalidará su enorme poder en unas elecciones sin rivales de peso; al único que podía inquietarle, Navalni, ya le ha ilegalizado torticeramente. Erdogan ejerce como sultán en Turquía. Y qué decir de Duterte, en Filipinas, o de Orbán en Hungría.

Estos autócratas se aprovechan de la pérdida de la autoridad moral de EE UU propulsada por la calamidad de Trump. Y del regular desempeño de las democracias para obtener prosperidad con igualdad, con el consecuente desapego de los ciudadanos. Freedom House alerta de la regresión democrática: el pasado año, 71 países sufrieron pérdidas netas en derechos políticos y libertades civiles, frente a solo 31 que ganaron democracia.

Xi y Putin se crecen ante el vacío del liderazgo de EE UU y la crisis de confianza en las democracias. El sueño chino de Xi es recorrer un camino propio. Entierra la idea de que el progresivo bienestar económico hará inevitable la democracia en China. El emperador de por vida cree que logrará afirmar su influencia económica y política alrededor del mundo demostrando que los sistemas iliberales no solo pueden sobrevivir, sino también tener éxito.

Trabaja para ello con el poder blando de la Ruta de la Seda, inversiones masivas en más de 80 países de todos los continentes, en infraestructuras, puertos, aeropuertos, ferrocarriles. Una alternativa para el mundo en desarrollo. Xi rechaza el paraguas del orden internacional multilateral creado por EE UU tras la Segunda Guerra Mundial, que Occidente mantenía como apuesta equivocada. Cree que su modelo es más eficiente y susceptible de alcanzar validez universal. Mirábamos al rival comercial y ahora es ideológico.

Xi tiene legitimidad. Más del 80% de los chinos cree en el rumbo seguido por el país. Con la batalla contra la corrupción, el emperador ha purgado a más de un millón de “tigres y moscas” que podían discutirle desde el interior del PCCh. La censura de Internet y la represión inmisericorde de la disidencia son los cimientos de la estabilidad china. El tránsito que inicia Xi desde la autocracia colectiva a la dictadura es una apuesta arriesgada. La democracia tropieza, pero la fragilidad de este

fgbasterra@gmail.com

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