Moda sostenible para plantar cara a la Mafia
La marca Cangiari, tutelada por Versace, crece en la Calabria profunda
En una tierra de cruce de culturas como Calabria, con grandes tradiciones, con valiosas materias primas y llena de recursos pero también saqueada por los clanes mafiosos, asidua de las páginas de crónica negra y sin apenas alternativas económicas fuera del control del crimen organizado, una marca de moda hecha a mano, ética y sostenible ha sabido marcar la diferencia. Lo ha hecho con una propuesta que aúna viejas costumbres artesanales con productos naturales de la zona, como los cítricos y sobre una base de compromiso antimafia y a favor del medio ambiente. Han desfilado en importantes pasarelas alternativas dentro y fuera de las fronteras italianas como la Alta Roma en la capital, la Fashion Revolution Week de Milán, la Estethica de la semana de la moda de Londres, el salón del lujo sostenible de País o la Arab Fashion Week de Dubai y Abu Dabi, entre otras. Se llaman Cangiari, que en dialecto calabrés quiere decir “cambia”. “Representamos la idea de un rescate, de un cambio, las ganas de pasar página e imaginar un mundo diverso”, explica a EL PAÍS, el presidente de la firma, Vicenzo Linarello.
Su historia empieza hace diez años en la Locride, en la costa jónica calabresa, una de las zonas más deprimidas del sur de Italia, cuando un grupo de jóvenes hartos de ver cómo la criminalidad organizada lo impregnaba todo y sus coetáneos abandonaban en bandada su tierra, decidieron buscar una alternativa en sus propias raíces. Antes de la llegada de la máquina de coser, en cada casa había al menos un telar de madera que usaban para hacer los vestidos de novia, las ropas del ajuar o para trabajar el lino. No querían perder esta tradición milenaria que viene de la época griega y bizantina y decidieron desempolvar los viejos utensilios y darles una nueva salida. Así comenzaron a tejer su lucha contra la criminalidad a base de diseño, sostenibilidad, artesanía y productos locales. “Ofrecemos innovación basada en la tradición. La tradición hoy es un antídoto a la competición global en los mercados”, apunta Linarello.
La idea convenció al hermano y uno de los herederos de Gianni Versace, Santo Versace, calabrés de nacimiento, que tuteló la marca en sus orígenes. Más tarde se sumaron al proyecto importantes figuras del sector como Paolo Melim Andersson, antiguo director creativo de Chloé.
Su moda se cocina a fuego lento. “Es la antítesis al fast fashion”, lo define Linarello. Cada metro tejido lleva detrás de tres a seis horas de trabajo. Desde el primer momento fueron conscientes de que el mercado local no podría rendir lo suficiente como para cubrir el salario de los trabajadores, así que decidieron invertir en productos de calidad para un mercado de alta gama. Forman parte de una cooperativa, Goel, que también trabaja en diversos sectores como el turismo responsable y la agroalimentación y la cosmética biológicas. Sus talleres están en Calabria, en edificios confiscados a la Ndrangheta, la mafia local y en Milán tienen un showroom permanente, también en un inmueble recuperado de las garras de los clanes, desde el que distribuyen al mercado europeo.
Se definen como una “comunidad de rescate: deslegitimamos a la mafia demostrando que la ética no es solo justa o conveniente sino que además es eficaz, resuelve problemas, fomenta el desarrollo de los territorios y da de comer a las personas”, señala. Paso a paso han conseguido demostrar que es posible impulsar una economía fundada en la legalidad.
Su colección se asienta en la metamorfosis de la vestimenta clásica del sur de Italia, con prendas de corte fluido. Ahora acaban de lanzar una línea de novia y otra para la casa. Definen su estilo como “minimalismo mediterráneo": “Los tejidos hechos a mano con el telar son ricos de por sí, no necesitan decoraciones añadidas. La mujer mediterránea que diseña Cangiari es culta, lucha por cambiar el territorio, por defender el medio ambiente”.
Su filosofía concuerda con la del movimiento Fashion Revolution que denuncia la explotación de los trabajadores, la contaminación del ambiente y la destrucción del suelo y la naturaleza que provocan las grandes industrias de la moda. “Eso no es sostenible, no se trata solo de hacer algo bonito sino que es también cuestión de invertir en el propio futuro. Esto lo premian cada vez más los consumidores”, explica Linarello.
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