Piensa bien
Como científico, creo que la verdad es siempre más bonita que una mentira cómoda
El presente tiene sus amenazas exclusivas, pero también nace lastrado por los vicios más peligrosos de todos los tiempos, los que nunca nos han abandonado durante la (no muy larga) historia de la especie. El mayor de ellos es el pensamiento errado: la impermeabilidad al argumento, la resistencia al raciocinio, la renuncia a la lucidez por una causa gregaria, miope, religiosa al fin y al cabo. Félix Ovejero escribía ayer en estas páginas sobre ese fenómeno pernicioso en relación con el nacionalismo catalán, pero es obvio que el pensamiento erróneo no solo afecta a todas las áreas de la vida, sino que es uno de los grandes lastres para el progreso social y político. Pretendo en esta columna, desocupado lector, nada menos que enseñarte a pensar bien, y basándome en un ejemplo aparentemente insustancial de la vida cotidiana.
Una de las cosas que todos sabemos es que los padres que se divorcian tienden a tener hijos que se divorcian. Es natural, nos decimos, los niños acaban reproduciendo lo que ven en casa, como dicta el dogma de la psicología conductista que marcó el siglo XX y sigue sin extinguirse en nuestros días. Y además viene apoyado por los datos: en efecto, los hijos de padres divorciados tienden a divorciarse más que los demás. Estamos pensando bien, ¿verdad?
¡No! Hay un hecho que llevamos décadas intentando ignorar, y es que esos padres y esos hijos no solo comparten casa, sino también un montón de genes, pues los unos son hijos de los otros. Vale, me dirás ahora, bonita teoría cientificista, pero no se puede comprobar si el efecto de los genes es real. Otro error: sí se puede. Suecia ha compilado durante medio siglo un diligente registro de 19.715 niños adoptados, con detalles como el comportamiento marital, criminal o adictivo de los niños, sus padres biológicos y sus padres adoptivos. Analizando ese tesoro empírico, los genetistas y neurólogos Jessica Salvatore y Kenneth Kendler han demostrado (Psychological Science) que la tendencia a divorciarse de los hijos de parejas divorciadas no tiene mucho que ver con que hayan crecido en la misma casa, y por tanto hayan absorbido el comportamiento de sus padres adoptivos, sino más bien con los genes del divorcio que les transfirieron sus padres al fecundar el óvulo del que nacieron.
¿Es esto una lástima? ¿Sería más bonito que fuera la educación familiar la que primara en la transmisión del divorcio? Yo creo que no. Como científico, creo que la verdad es siempre más bonita que una mentira cómoda. ¿Quieres pensar bien? Echa raíces en la realidad antes de dejar volar tu pensamiento.
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