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“Nosotras en el 37, ellas ahora en 2017”

La experiencia del exilio durante la Guerra Civil sirve a organizaciones sociales para pedir empatía con las necesidades actuales de las personas en busca de refugio en España

Beatriz de Lucas y Ane Garay, responsables de la campaña desde CEAR-Euskadi.
Beatriz de Lucas y Ane Garay, responsables de la campaña desde CEAR-Euskadi. Iñaki Makazaga
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Rosario y Aranzazu, Aranzazu y Rosario: son dos historias, dos memorias compartidas de huida y exilio para concienciar a la sociedad sobre qué significa realmente el derecho de asilo. Lo que empezó siendo una campaña de sensibilización sobre quienes llegan buscando refugio, no para de crecer.

Cuando su hija de 16 años salía del colegio, le entregaron una esquela con el nombre de su madre. En ese momento, Rosario Vázquez (Bogotá, Colombia, 1956), sopesó de nuevo la idea de abandonar su tierra en busca de refugio. Vázquez trabajaba como médico atendiendo a víctimas de minas antipersona. Pero su trabajo no le gusta a ninguno de los actores del conflicto. Una beca para cursar el posgrado de Culturas de Paz en la Universidad Autónoma de Barcelona le dio la oportunidad de ponerse a salvo. Las amenazas persisten aún estando fuera y tuvo que decidir no regresar. Han pasado ya más de nueve años. Y solo ha vuelto de visita. “Mi hermana se encargó de vender mis cosas, mis hijos ya adultos cambiaron de ciudad y cerraron la casa. Siento que allí quedó parte de mi vida”.

Tras seis años solicitando asilo en España, Vázquez recibe el permiso de residencia de larga duración. “Siempre he buscado estar de manera legal”. En 15 años vencerá. Su nieto cumplirá los 18 en Colombia, ella llevará 23 en Barcelona y espera que, para entonces, su país ya abrace la paz con los dos brazos.

Nosotros no queríamos para nuestros hijos una infancia como la nuestra

Aranzazu Amézaga tuvo que esperar dos décadas. A sus 75 años mantiene el acento uruguayo que adquirió al vivir en una tierra a la que llegaran sus padres huyendo del franquismo. “Mi padre estaba condenado a muerte. Era militante del PNV (Partido Nacionalista Vasco) y había puesto en marcha la red de ikastolas (centros educativos solo en euskera) de Bizkaia”. El 21 de enero 1941 partían sus padres en un barco mercante del puerto de Marsella rumbo a América. Ella nacería al poco de asentarse en Buenos Aires. Después, estudió la primaria en Montevideo, Uruguay, y el Bachiller en Caracas, Venezuela, donde también se licenció como bibliotecaria. Los diferentes cambios que realizaron sus padres en busca de oportunidades marcaron su infancia y adolescencia. “Todavía hoy busco la identidad perdida”.

En el año 72 decide regresar a Navarra junto a su marido, también hijo de exiliados, para probar con qué identidad se quedaban. “Nosotros no queríamos para nuestros niños una infancia como la nuestra”. Hoy atiende el teléfono desde la misma casa que levantaron en Alzuza, a siete kilómetros de Pamplona, y que sirve de centro familiar para sus cuatro hijos y 11 nietos. “Teníamos el mundo para elegir y decidimos regresar a nuestras raíces. Hoy mi familia tiene un hogar al que regresar y llamar casa”. Como ella, más de 250.000 vascos tuvieron que exiliarse, cerca de 700.000 en todo el Estado.

Amézaga entiende perfectamente las razones que llevan a los refugiados alcanzar Europa para ponerse a salvo. Entiende también cómo les afectan las trabas burocráticas, la impotencia de no poder homologar sus estudios y la importancia de las redes de nacionales para sentir apoyo. Y llora al ver las pateras y las embarcaciones con las que cruzan el Mediterráneo. “La gente llegaba a Argentina en velero desde Canarias”. También comprende a las segundas generaciones de las personas que tienen que migrar. El hijo pequeño de unos comerciantes chinos cerca de su casa hace esfuerzos todos los días para saludarle en euskera. “Entiendo la satisfacción que le da sentirse parte de nuestra cultura, su cultura”. Por eso, pide empatía, paciencia y sonrisas para los que ahora piden asilo en Europa, como sus padres lo hicieron a partir del 37.

Según los datos del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), había un total de 65,8 millones de personas refugiadas, desplazadas internamente y pendientes de la resolución de su solicitud de protección internacional en el mundo a fecha de junio de 2016. En el Estado, el número de solicitudes de asilo batía récord en 2016 con 15.700 y cerrará este año superando al anterior con más de 23.000, cerca de 2.000 solicitudes nuevas cada mes.

“Fuimos exilio, seamos refugio”

Desde el 2015, Amézaga y Vázquez han compartido sus experiencias junto a otras 15 personas descendientes de exiliados y solicitantes de asilo para dar forma a Memorias Compartidas, la campaña de sensibilización puesta en marcha entre CEAR-Euskadi y Gernika Gogoratuz para involucrar a la sociedad con el derecho al asilo de las personas que caminan por las calles de España, y en espacial de País Vasco, en busca de protección.

“No solo es un deber de los Estados. También es de los vecinos de las diferentes ciudades y pueblos para terminar con el sufrimiento de la gente que debe salir de un día para otro de sus casas”, aseguran las responsables de la campaña. Acaban de hacer público el informe con las entrevistas mantenidas con cada uno de los participantes. Más allá de un estudio, supone un recopilatorio de testimonios personales en torno a las razones de la marcha, los impactos que supone el exilio, las estrategias para afrontarlo y las demandas de reparación.

“Todo ha sido una sorpresa”, repiten. Querían generar empatía con las personas que solicitaban asilo en Europa y decidieron explorar en la experiencia de las personas que habían sufrido una situación semejante durante la Guerra Civil. “Desde el primer momento fue un éxito de convocatoria”. A la primera acción, acudieron 100 personas. Ellas no esperaban más de diez. Y la cifra se mantuvo después en las siguientes citas por diferentes ciudades de Bizkaia. Incluso impactó en las familias del propio equipo.

Lo que empezó siendo una opción para sensibilizar, pasó a convertirse en un movimiento al que invitan a sumarse a organizaciones de todo el Estado. “Sentirse en la piel del otro lo cambia todo. El hijo de exiliado mira a los ojos a una persona en busca de asilo con mucha más ternura”. Y esa mirada piden a toda la sociedad.

Con el objetivo de romper prejuicios

De las charlas pasaron a realizar entrevistas a más de 15 personas, ocho refugiadas y siete descendientes de exiliados. Por el camino han editado también un cómic Asylum, de la editorial Astiberri, con el ilustrador Javier de Isusi que ya va por la segunda edición. También pusieron en marcha la obra de teatro Tras la frontera, de la Plataforma Tirante, para derribar desde el escenario los prejuicios para acoger a las personas extranjeras que llegan a España.

“Las personas piensan que venimos a ocupar su trabajo y a terminar con su Seguridad Social, con sus ayudas, pero no. Venimos a aportar lo aprendido en nuestros países”, enfatiza Vázquez, que es parte de la asociación La Colectiva en apoyo de mujeres refugiadas. Ella se siente una excepción porque ha podido desarrollar en España su experiencia de trabajo en defensa de los Derechos Humanos. “La mayoría de mujeres refugiadas trabajan en España cuidando mayores por lo complicado que es homologar los títulos y que reconozcan tu valía”. Por eso considera que una actitud más abierta de la población ayudaría también a presionar a los Gobiernos para que sean menos restrictivos con las leyes de asilo.

Y señala que es clave la empatía. “Somos los nuevos vecinos. Los refugiados ya estamos aquí, llevamos años y tenemos rostros muy diferentes”. Para ella es un orgullo hablar catalán, “como hubiera hablado alemán en Alemania” y considera también muy interesante trabajar con sus propias experiencias el reto pendiente en España con la memoria histórica. “Un pueblo que olvida su pasado es un pueblo destinado a repetirlo. No tengan miedo a considerarnos vecinos”.

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