Llanto por la muerte de un oficio vivo
Brecht decía que se podía cantar en los tiempos oscuros. Muchos jóvenes, y no tan solo, están cantando periodismo en el mundo, y no es lícito que les digamos que ya no vale la pena
Estados Unidos decidió hace diez años preparar el certificado de defunción del periodismo tal como (parece que) lo habíamos conocido y ahora difunde una película a partir de la que muchos han creído que ya se puede sancionar el epitafio del oficio. The Post. Entre nosotros, Los papeles del Pentágono.
La trama se conoce, y la historia hizo correr ríos de tinta en la prensa de todo el mundo. El asunto es, naturalmente, un icono del periodismo de todos los tiempos y se basa en un hallazgo que llegó a periodistas (del New York Times y luego del Washington Post) por vías directas: alguien estaba interesado en que se supiera en todas partes la maniobra cruel que infestaba de mentiras oficiales norteamericanas el conflicto vietnamita.
Aquellos medios, sus periodistas y sus empresarios, tuvieron que arrostrar el enorme poder de los Estados Unidos de Richard Nixon y al fin pudieron ofrecer a un público atónito documentos inéditos sobre el enorme fraude en que varias presidencias norteamericanas envolvieron la funesta, cruel e inolvidable guerra de Vietnam.
Este es un oficio invencible; vencerá incluso a los que proclamen su muerte. Pero para que logre su victoria no valen ni la nostalgia ni la desazón
Al hilo de la película, realizada por Steven Spielberg, se han sucedido (también entre nosotros) llantos por la muerte del periodismo, pues, según creencias muy extendidas, ya no se puede hacer un periodismo como aquel. El periodismo está muerto, vivimos en un sucedáneo, parece escucharse en los ecos de ese llanto. Es el adanismo retrospectivo, francamente. Pues ni se acabó el periodismo entonces, ni entonces nació, ni es posible tampoco acabar con el periodismo, pues está en el nervio mismo de las sociedades. Puede decaer, pero se levantará.
Y a lo largo de este tiempo, incluso en periodos de crisis como este, informaciones como aquellas que decapitaron a Nixon (primero, los papeles del Pentágono, luego el Watergate) ha habido y sigue habiendo en Estados Unidos y en el mundo entero trabajos que dignifican la tradición del oficio y ofrecen certificados de su salud. En Rusia, en los propios EE UU, en América Latina, en todos los continentes, y en España también, periodistas de investigación, y no tan solo, prosiguen una tarea que, es cierto, en aquellos sucesos del periodismo norteamericano hallan un símbolo que ahora con justicia se celebra.
Después de aquel suceso mundial puesto de manifiesto gracias a las páginas de los dos grandes rotativos norteamericanos hubo grandes logros periodísticos, entre nosotros también, conseguidos gracias a profesionales (y empresarios, ojo) que se arriesgaron a contarle a la gente lo que el poder y otras satrapías no querían que se supiera; en todos los continentes (y en este país también, insisto), periodistas y periódicos se han dedicado a hacer público el resultado de tortuosas investigaciones que les han dado créditos y premios, por ejemplo en Estados Unidos y (también) en España.
Declarar inválido el periodismo actual como si una devastación lo hubiera sumido en la oscuridad más absoluta le da la razón, en primer lugar, a esos profesores que suelen decirles a sus alumnos que hubiera sido mejor dedicarse a aprender otro oficio, porque este está en las diez de últimas. Y, en segundo lugar, le abre el camino a los que, desde lugares excéntricos al periodismo, tratan de minar la pasión o el vicio de los profesionales que, en medio de penurias infinitas, mantienen su ilusión como parte también de su vocación de servicio público.
Mark Twain (como Octavio Paz) supo demasiado pronto de su muerte, y lo dijo, naturalmente vivo, cuando le comunicaron que se decía que ya no estaba entre los vivos: “La noticia de mi muerte es francamente prematura”. La noticia tan reiterada (por lo menos, reiterada desde 2008, cuando empezaron a romperle el molde al oficio desde las grandes multinacionales que hacen periodismo de recortes y mentiras) se ha reproducido ahora, con motivo precisamente de una película que honra a un oficio que, de una forma u otra, se mantiene frente al inmenso lodazal de las redes y de los latrocinios de textos, cuando los periódicos se sirven gratis en Internet y la gente desoye las llamadas del kiosco.
Brecht decía que se podía cantar en los tiempos oscuros. Muchos jóvenes, y no tan solo, están cantando periodismo en el mundo, y no es lícito que les digamos que ya no vale la pena.
Este es un oficio invencible; vencerá incluso a los que proclamen su muerte. Pero para que logre su victoria no valen ni la nostalgia ni la desazón. Vale el trabajo, la ilusión de ser periodista. Si eso muere es que la sociedad se murió también.
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