La secretaria
Ella no esperó a que pasaran los años para contar su humillación, defendió su dignidad en el acto usando como arma su bolso de marca
En el fastuoso restaurante la Tour d’Argent, de París, que goza de todas las estrellas y tenedores posibles, estaban sentados a una mesa dos parejas: el dueño de una multinacional japonesa con su fina y delicada esposa y un empresario español acompañado de su joven y bella secretaria. Después de varios meses de dura negociación se habían reunido allí para celebrar con una cena el acuerdo por el que el magnate japonés se disponía a comprar por muchos millones de euros la empresa española. En la mesa de este histórico restaurante con vistas al Sena ante el pato prensado, especialidad de la casa, la conversación discurría entre ademanes de suma cortesía. Solo la secretaria mantenía una sonrisa forzada, parecía muy nerviosa y no participaba siquiera en los comentarios más banales. Al llegar a los postres, ante la botella de Dom Pérignon cuyas burbujas doradas iban a coronar un negocio redondo, la joven y bella secretaria no aguantó más. Cuando todo parecía fluir según los ritos más formales, chinchín, salud, en ese momento, sin mediar palabra, la secretaria cogió su bolso y comenzó a pegarle con furia bolsazos en la cabeza al magnate japonés ante el asombro de todos, incluidos camareros y clientes del establecimiento. Llevado de su prepotencia, aquel magnate había estado toda la cena metiéndole mano bajo la falda a la joven secretaria sin dejar de hablar de millones mientras degustaba a la vez los exquisitos manjares, pero ella no dejó que pasaran los años para contar semejante humillación como han hecho algunas actrices de Hollywood y tantas mujeres que sufren el acoso sexual de sus jefes. Defendió su dignidad en el acto de forma expeditiva sin preocuparle las consecuencias, usando como arma de mujer su bolso de marca. ¿Qué sucedió después con el negocio? La respuesta se deja a la imaginación del lector inteligente.
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