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Columna
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Rafael

Es difícil exagerar la gracia expresiva de esas imágenes aparentemente ingenuas aunque precisas como un documental

Fernando Savater
Rafael Munoa en San Sebastián en 2007.
Rafael Munoa en San Sebastián en 2007. Jesús Uriarte

Me encanta el puertecito donostiarra desde mi niñez y sigo atraído por él aunque ya no haya pescadoras remendando redes ni se descarguen los atunes todavía palpitantes, reluciendo metálicos como guerreros caídos. Se ha vuelto mucho menos pesquero y más recreativo, pero aún no irremediablemente pijo. Y uno de sus atractivos para mí, además del Aquarium y sus tiburones, es el pequeño Museo Naval, donde nunca faltan exposiciones pensadas con buen gusto: los juguetes y el mar, el mar y las mujeres... Ahora hay una dedicada al primer gran Juan Sebastián de la historia. Elcano (el segundo y definitivo nació más de un siglo después de su muerte) y otra centrada en Rafael Munoa, donostiarra fallecido hace muy pocos años, que fue pintor, caricaturista -uno de los pilares de aquella catedral del humor, ¨La Codorniz"- joyero, anticuario, conversador chispeante y memoria elocuente de nuestro mundillo... Ah, también amigo mío.

De Rafael se exponen en el Museo Naval las nueve tablas que dedicó a la caza de dos ballenas en 1763, en aguas guipuzcoanas, en la que compitieron embarcaciones de Zarautz y Guetaria. No piensen en grandes barcos como los que hoy exterminan industrialmente a los cetáceos, fueron chalupas balleneras las que salieron a fuerza de remos de los dos puertos, al puro estilo Moby Dick. La serie de pinturas retrata toda la aventura, desde el fuego en la atalaya costera que anunció el avistamiento hasta el regreso a puerto tras la lucha en el mar. Es difícil exagerar la gracia expresiva de esas imágenes aparentemente ingenuas aunque precisas como un documental. Son piezas de arte popular, sugestivas y didácticas, llenas de encanto pero sin trampas deformadoras. Una combinación modélica de candor y maestría, pensé al verlas. Dos virtudes que definían a Rafael Munoa.

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