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CLAVES
Columna
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Procesos frágiles

La democracia es una tecnología fuerte y resiliente, pero no es mágica. Sólo lo parece

Jorge Galindo
Colegio electoral en Girona en las elecciones del 21D.
Colegio electoral en Girona en las elecciones del 21D.Agusti Ensesa (EL PAÍS)

Si uno se para a pensarlo un momento, la democracia es algo insólito: alguien que lo tiene todo renuncia a ello pacíficamente si las urnas así se lo dictan. Cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia, que decía el escritor Terry Pratchett. Y el voto es, al fin y al cabo, una herramienta: una para tomar decisiones de manera colectiva. O al menos así debería ser.

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En las últimas 24 horas Cataluña ha vuelto a emplear esta tecnología para tratar de resolver uno de los problemas más cruciales de todos los que puede enfrentar una sociedad: su definición como sujeto político. No es la primera vez que lo hacen en los últimos años. Y posiblemente no será la última. Demostrando así que ninguna herramienta es perfecta, y que todas dependen de las manos que la manejan.

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Porque, ¿qué pasa con esta “magia de la democracia” cuando se aplica a un contexto de extrema polarización? Que entonces la pluralidad, evidente en lo colorido del Parlament resultante de los comicios de este miércoles se convierte en fragmentación que arriesga la ruptura política y social. Sobre todo por la consolidación de dos bloques antagónicos, independientemente de cuál tenga la mayoría en cada turno.

El abismo entre frentes es tan grande que el voto pasa a tener efectos centrífugos en lugar de centrípetos, separando a los ciudadanos cada vez más. No llega esta dinámica, afortunadamente, a cuestionar la victoria del contrario y la eventual cesión del poder después de unas elecciones. No sucede esto hoy día, independientemente de quién sea el ganador y quién el perdedor. Y eso es algo de lo que alegrarse, algo que deberíamos atesorar y celebrar si no cada día, al menos sí de cuando en cuando.

Pero no cabe olvidar que hace sólo unas semanas nos preguntábamos si uno de los bloques reconocería y participaría en las elecciones del 21-D. Ni tampoco debemos obviar que se han sembrado dudas sobre la limpieza del proceso electoral, y sobre la buena fe de los participantes. La democracia es una tecnología fuerte y resiliente, pero las manos que la manejan jamás deberían olvidar que, en realidad, no es mágica. Sólo lo parece. @jorgegalindo

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Sobre la firma

Jorge Galindo
Es analista colaborador en EL PAÍS, doctor en sociología por la Universidad de Ginebra con un doble master en Políticas Públicas por la Central European University y la Erasmus University de Rotterdam. Es coautor de los libros ‘El muro invisible’ (2017) y ‘La urna rota’ (2014), y forma parte de EsadeEcPol (Esade Center for Economic Policy).

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