Primero de poeta
Lo malo es que las buenas intenciones tienen poderosos enemigos que estas fiestas van cargados con armas de destrucción masiva.
Un año tras otro la historia se repite. Nos revolvemos rebeldes contra el almíbar prenavideño y sucumbimos como niños a él al calor de las luces, la gente celebrando en la calle, los niños esforzándose frente a la carta a los Reyes Magos y los currados mensajes de Whatsapp dispuestos a convertirse en la felicitación del año.
Lo malo es que las buenas intenciones tienen poderosos enemigos que estas fiestas van cargados con armas de destrucción masiva. Si las reuniones de seres diversos, sean familia natural o amigos adoptados como tal, siempre tienen posibilidades de situarse al borde del acantilado, este año el equilibrismo llega a categoría de número de circo de riesgo extremo, con doble tirabuzón y sin red.
Alrededor del pavo, el besugo o l'escudella i carn d'olla, desfilarán los que no soportan al presidente del flequillo rubio porque nos ha vuelto a situar en la Guerra Fría y quienes le defienden porque el ruso, exagente del KGB, es un ladino que se mueve con el sigilo de una serpiente letal. Aquellos que ven en el 155 la salvación de España y los que pensarán que un tal Carles y sus adláteres son la única solución para lo suyo. Los que estarán celebrando la victoria en el Clásico y los que aún tendrán la bilis atragantada por la derrota. Los que interpretan que un oso hambriento es un signo de cambio climático y quienes lo atribuyen a interesadas conspiraciones de investigadores paranoicos.
Somos así. Locos, contradictorios, peleones..., también tiernos y solidarios. No sé cómo acabará la cena, pero sí el regalo que nos vendría bien a todos: una inscripción para primero de poetas.
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