Vivir del cuento
Con semejantes exigencias para llevar hamburguesas a domicilio, a ver quién es el valiente que convence a su hijo de que es mejor estudiar que convertirse en 'influencer'
Educar es muy difícil. Se lo digo yo que veo a diario profesionales bregados en mil batallas perdidos como perritos falderos cuando su adorable infante muta en adolescente extraterrestre.
Pero, además, es que no nos lo ponen fácil. Me remito al pasado lunes, cuando las redes comenzaron a tronar por un fake anuncio de empleo para repartidores de Burger King. Por los requisitos exigidos, los candidatos debían ser algo así como una mezcla mutante de Fernando Alonso al volante, aspirante a premio Nobel y friki de los videojuegos y del karaoke de su barrio.
Por unos segundos, tiré la toalla. Con semejantes exigencias para llevar hamburguesas a domicilio, a ver quién es el valiente que convence a su hijo de que es mejor estudiar que hacerse fotos para colgarlas en Instagram y convertirse en influencer. Y no me exijan traducción porque el término supera el concepto de influir en otros. Los que lo son no solo inspiran; es que instigan y convencen.
Como el invento, además, les resulta más que rentable, a ver de qué manera se puede neutralizar el poder de una aspirante a modelo cuyo currículo no va más allá de ser madre reciente del hijo de un astro del fútbol o de un veinteañero llamado Jay Alvarrez, “que tiene mucho rollo” y no hace otra cosa que subir imágenes en marcos incomparables del mundo o en un coche con una pantera negra como copiloto.
El anuncio resultó ser una publicidad que consiguió lo que quería: hacerse viral. Ahora lo único que no tengo claro es si a lo que hacen los otros se le llama tener una vida de cuento o vivir del ídem.
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