Al perro de la lotería ya le tocó la lotería
'Max', abandonado en una caja de zapatos, le ha cambiado la vida tanto a su familia como a un niño enfermo
El perro que más verás estas navidades apareció hace cinco años en una caja de zapatos a las puertas de una protectora. Max, una mezcla de podenco portugués con pelo largo y ojos vivísimos, es uno de los protagonistas del anuncio de la Lotería de Navidad de 2017, dirigido por Alejandro Amenábar. En pantalla, el perrito encuentra a la alienígena y no se despega de ella. Hasta el punto de bostezar y que la chica, una esponja que todo lo copia, bostece también.
La vida de Max es un poco más liosa. Convive con Ainhoa Larregui, su marido y sus dos hijas, de nueve y 12 años, en una casa a las afueras de Madrid. Trabaja de actor y se lo pasa bomba. Además, le alegra la vida a Nicolás, un chaval que fue vecino suyo y que ha estado muy enfermo.
No siempre fue así. Tuvo una casa durante dos meses, pero volvió al refugio. “Vivía con una mujer, y se le hacía un mundo. Luego se quedó embarazada y no pudo con ello”, cuenta la dueña de Max. Entonces se llamaba Bolita y llegó a su casa con ocho meses.
“Era un absoluto desastre, lloraba si me iba, ladraba, y se hacía pis y caca en casa”. El día que arruinó un banquete, destrozando la mesa lista para empezar a comer, tomó una decisión. “Empecé a adiestrarle y pronto me di cuenta de que aprendía rapidísimo”. Así que Ainhoa quiso explorar las aptitudes de Max como actor y contactó con Rafael Casado, que lleva 40 años entrenando a perros para anuncios, películas o series de televisión.
Le vimos con gafas en un anuncio de La Casera, en una cortinilla de Antena 3 y ahora como gran protagonista del cortometraje que promociona este año la Lotería de Navidad. “Rodar con Amenábar fue una pasada. También tiene perro en casa y fue muy flexible. Cuidaba de Max. Es que eran jornadas de 12 y 14 horas diarias”.
El perro se lo pasó muy bien. “Como los que actúan en rescates, realmente no están trabajando sino jugando”, explica Ainhoa. Cuando ella se ponía el chaleco y empuñaba el clicker y los premios, Max sabía que empezaba lo bueno. El resto del tiempo, como las grandes estrellas de cine, se retiraba a su caravana. En este caso, un trasportín que viajó por Gran Vía, la Casa de Campo y otros escenarios madrileños durante la semana de rodaje. También hacía relaciones públicas: “Es muy cariñoso, sobre todo con las personas. Va saludando a todo el mundo, a la maquilladora, al cámara, y así…”
Max es capaz de hacer muchas cosas, Quedarse quieto, arrastrarse, rodar sobre sí mismo... y bostezar cuando se lo ordenan. Eso fue determinante para que le eligieran, porque la alienígena, que copia palabras y gestos, bosteza después del perro. "El bostezo hay que saber sacárselo. Le pedí a Alejandro que lo dejáramos para el final". Salió a la segunda. No se podía esperar menos de Max.
El perro ha vivido muchas vidas. Su humana, de 42 años, también ha cambiado la suya gracias a él. Antes trabajaba organizando viajes. Ahora se dedica totalmente a pintar, a entrenar a Max y al adiestramiento canino en positivo junto a su amiga Patricia Municio. Es una abanderada de la adopción responsable. "Cuando adoptamos adquirimos un compromiso de 15 años con el bienestar del animal. Tenemos que cuidarle en todos los sentidos. Es una decisión que debe ser meditada". Apela a la responsabilidad de todos. “También las protectoras deben informar bien de las necesidades de cada perro, no todos los animales son adecuados para todas las personas, por ejemplo, una persona mayor no puede adoptar un cachorro de perro de caza de gran envergadura, que necesita hacer mucho ejercicio y que puede producirles caídas”.
Otra de sus causas es que se admitan los perros en hospitales y residencias de mayores ,"Está clarísimo lo beneficioso que es para su recuperación" Ya un centro sanitario de Madrid permite a los niños ingresados que sus perros les visiten una vez a la semana. Max también ha hecho sus pinitos como enfermero con su vecino Nicolás. "Es un chico que le encantan los perros. De un día para otro se puso enfermo. Se desmayó y vieron que tenía un tumor en el cerebelo". El niño, de ocho años, fue operado, pero después su estado se agravó. Sufría el síndrome del cautiverio, una parálisis total con plena consciencia.
Hace tres años, el día de la Lotería de Navidad. Ainhoa y Max fueron a ver al su pequeño vecino, que llevaba tres meses postrado en la cama. A ella se le ocurrió untar de Nocilla los dedos de una mano de Nicolás. Max, siempre cariñoso con el niño, se acercó a él, empujado por el chocolate y comenzó a lamerle. El pequeño movió la mano. "El perro no obró ningún milagro. Solo le facilitó el primer movimiento", precisa Ainhoa.
Hoy Nico, tratado por un ejército de profesionales, puede hacer vida normal, pero ve menos a Max, porque Ainhoa y su familia se han mudado de casa y viven más lejos.
Otra de las cosas que la orgullosa dueña de Max promueve es que todos quienes se planteen adoptar a un perro deben hacer un curso de adiestramiento. "Facilita mucho las cosas. Es muy útil para poder caminar por la calle con él, para prevenir problemas de comportamiento, para todo".
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