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MIRADOR
Columna
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El mensaje

Solo podemos intentar comunicarnos con ondas electromagnéticas y sentarnos 25 años, o 25 milenios, a esperar la respuesta. ¿Qué hacemos?

Javier Sampedro
El interés por comunicarnos con el espacio exterior es una constante en la humanidad.
El interés por comunicarnos con el espacio exterior es una constante en la humanidad.© GETTYIMAGES

Ahora que sabemos que ahí fuera hay más planetas que neuronas en nuestro cerebro, una buena idea podría ser mandarles un mensaje, ¿no es cierto? En caso de que haya alguna civilización inteligente, podríamos decirles que estamos aquí, y que nos echen una mano con nuestros problemas energéticos, por ejemplo, o que nos aclaren algunas de las cuestiones filosóficas que más nos mortifican en este valle de lágrimas. Tal vez los extraterrestres puedan incluso aliviar nuestras desigualdades económicas, nuestras tensiones territoriales y la pesadumbre que nos produce el prime time. Sería tremendo.

Antes de sentarnos a escribir, sin embargo, tenemos que resolver un problema de los gordos. ¿En qué lenguaje nos comunicamos con ellos? Lo más probable es que los marcianos no hablen ninguna de las 5.000 lenguas terrícolas, o incluso que no hablen en absoluto. Recuerden La llegada, la película de Denis Villeneuve donde Amy Adams las pasa canutas para entenderse con esos pulpos heptápodos que se comunican trazando unos círculos de tinta que enseguida se desvanecen en el agua.

Y nuestro problema es mucho peor que el de Amy Adams, porque nosotros no tenemos aquí al pulpo para poder enseñarle objetos y que él los denomine, o viceversa, ni para percibir junto a su lenguaje sus emociones y reacciones, sus movimientos y ritmos. Solo podemos mandar el mensaje en forma de ondas electromagnéticas y sentarnos 25 años, o 25 milenios, a esperar la respuesta. ¿Qué hacemos?

En vez de especular, tomemos un caso real, el de Douglas Vakoch, presidente de la iniciativa METI (Messaging ExtraTerrestrial Intelligence, o enviando mensajes a la inteligencia extraterrestre). En colaboración con el festival Sónar de Barcelona, el doctor Vakoch envió el mes pasado una serie de mensajes a la estrella de Luyten, uno de los astros más próximos, a solo 12,4 años luz del Sistema Solar, y que además tiene un planeta en la zona habitable.

El mensaje está codificado en pulsos de dos frecuencias, una que significa cero y otra que significa uno. Nosotros contamos en el sistema decimal porque tenemos 10 dedos, y los luytenitas podrán tener 43 dedos o ninguno, pero cualquier bicho que sepa contar habrá descubierto el sistema binario. Y el mensaje, reconocidamente un poco sieso, consiste en contar de uno a cinco (1, 10, 11, 100, 101 en binario), hacer un par de cuentas, unos conceptos elementales de trigonometría y una lección de física. El Sónar ha impuesto además unas piezas cortas de Jean-Michel Jarre.

En 25 años tendremos la respuesta. O no.

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