Àlex Sicart, el niño prodigio de la tecnología
ENTRE SEMANA y de 9.00 a 17.00, Àlex Sicart es alumno de segundo de bachillerato en los Escolapios de Sarrià, en Barcelona. El resto lo dedica a diseñar el Internet del futuro. No resulta fácil seguirle el discurso: comienza explicando el blockchain, la tecnología detrás de las monedas virtuales, y acaba proponiendo que la inteligencia artificial, y no los humanos falibles, se ocupe de regular las fake news. Y todo esto sin puntos aparte.
Tiene 17 años; es el pequeño de cuatro hermanos, dos de los cuales trabajan con los padres en su empresa de material para automóviles, y a principios de 2017 Forbes lo eligió entre los 30 jóvenes europeos más influyentes. Apartado: tecnología.
“De pequeño me aburría en la escuela”, dice. “Todo cambiaba cuando me ponía frente al ordenador. Empecé a codificar a los 8 o 9 años con las placas de computadoras de Arduino. Montaba funiculares automatizados para enviar cosas a mi abuela, que vive en el mismo bloque”. A los 13 creó con un amigo la aplicación Students Manager, que permitía compartir deberes entre alumnos. Llegó a ponerse en marcha en su colegio y fueron premiados con un curso en la escuela de negocios EADA. En el aula había alumnos que les triplicaban la edad. Más tarde desarrolló unas plantillas inteligentes basadas en la reflexología en colaboración con la clínica Teknon. Y comenzó a perfilar su idea más ambiciosa hasta la fecha: Sharge, un proyecto “creado con una red blockchain para que las personas intercambien energía a través de una moneda llamada sharge coin”, pensado para facilitar la circulación de los coches eléctricos.
Gracias a una beca de Audi, pasó un verano en Silicon Valley junto a sus socios de Sharge. Pero a la vuelta, con el proyecto ya validado entre usuarios, chocó con el muro de la legislación española: “Yo quería centrarme en el producto, pero no parábamos de hablar con abogados”. Menciona trabas, como la imposibilidad de revender la energía y supuestos extremos de responsabilidad por accidente. En sus palabras: “Me he dado cuenta de que aquí nadie está preparado para la economía colaborativa. Llamadme en 10 años, cuando todo esté regulado”.
Entre tanto, trabaja en un sistema para compartir archivos “de manera ilimitada y sin que nadie pueda controlarlos o destruirlos”, con el que no espera hacerse rico, sino popularizar la tecnología blockchain para el usuario medio. Y sopesa si ir o no a la universidad. “Cuatro años son demasiado”, cree.
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