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Vecinos con ‘niñofobia’: cuando no se toleran los juegos infantiles normales

En algunas urbanizaciones se pueden llegar a leer carteles de "prohibido perros y niños"

En el primer piso en el que vivimos, había un jardín comunitario de buenas dimensiones, con césped, algún árbol, unos bancos, y poco más. No había instalaciones deportivas, ni piscina, ni zonas de juegos infantiles. Era un edificio con muchos años, pero los pocos niños que vivían allí podían bajar a jugar al jardín, mientras que los padres les vigilábamos desde la ventana.

Cuando nos mudamos de casa, las zonas comunes no tenían mejor aspecto, pero al menos había un espacio amplio que creíamos les permitiría montar en bicicleta, en patinete, o jugar al baloncesto, y al fútbol. Fue al poco tiempo de mudarnos cuando vimos el dichoso cartel. Junto a una de las rampas de acceso a las zonas comunes había y hay un cartel que dice “Prohibido jugar a la pelota” y un dibujo de un balón tachado. Pensamos que la prohibición se limitaría a la zona de la rampa, pero que en la zona plana principal y en los accesos al garaje de cada casa, en los que en su mayoría hay canastas instaladas, no habría prohibición de jugar al balón.

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Tardamos bastante tiempo en conocer a otras familias con niños de edades similares, por lo que salvo en contadas ocasiones, mis hijos no salían a jugar al patio común. Pero al cabo de muchos meses conocimos a una familia y otra nueva se mudó, y por fin se formó un grupito de amigos. Era un grupo pequeño, tres niñas principalmente, y dos niños. Pero cuando salían a jugar al balón lo hacían con miedo, por el dichoso cartelito.

Una vecina bienintencionada nos contó cómo había llegado ese “prohibido jugar a la pelota” hasta allí. Ella no estaba para nada de acuerdo con aquello, pero un par de vecinos propusieron la idea y se encargaron de colgar el cartel. La buena vecina contaba que hace años, cuando se mudaron la mayoría de ellos, casi todas las familias tenían hijos pequeños y celebraban sus fiestas de cumpleaños allí, jugaban y hacían mucho ruido. Pero ahora no toleran ni siquiera a tres niñas con una pelota de gomaespuma.

Un día ocurrió lo inevitable. Los niños se pusieron a jugar al fútbol y golpearon la puerta del garaje de la vecina principal impulsora de la prohibición. Se asomó por la ventana hecha una furia diciéndoles a los niños que no podían jugar al balón, que estaba prohibido, y si es que no sabían leer. Mis hijos me llamaron y allá que fui a ver qué pasaba. Traté muy educadamente de explicar a la señora que eran solo cuatro niños jugando y que las zonas comunes estaban supuestamente para eso. Le pregunté si sus hijos habían jugado allí cuando eran pequeños, tratando de tocarle la fibra sensible. Pero no, al contrario, me llamó caradura y descarada, y me repitió hasta la saciedad que estaba prohibido y que tenía que cumplir las normas.

Le pregunté si los niños se habían disculpado por el balonazo a su puerta, lo cual no pareció importarle, le pedí que cerrara las cancelas de su acceso, para que el balón no entrara en su rampa y golpeara la puerta del garaje, pero siguió llamándome cosas poco agradables sin escuchar realmente ninguno de mis argumentos en defensa del juego, de la infancia, de la tolerancia y la convivencia.

A los pocos días, recibimos una carta de la administración de fincas, con una fotocopia del acta de una reunión, fechada en el año 2000, cuando mis hijos aún no habían nacido, y nosotros vivíamos a 400 km de distancia. En esa acta se constata que alguien, en el tiempo de ruegos y preguntas, pidió “prohibir los juegos con pelotas, manifestando la preocupación por la importante concentración de chicos jugando al balón en el patio interior” y nada más. No se dice que se aprobara dicha propuesta, solo fue un comentario de alguien preocupado, alguien que debió asumir que podía prohibir a los niños jugar a la pelota.

Si permitimos que se prohíba la presencia de niños en las zonas comunes, ¿qué será lo siguiente?

Es impresionante que con argumentos tan flojos tengan a los niños atemorizados, que no les dejen ni jugar al bádminton, y que mantengan la misma copia del acta a mano para enseñársela a las pobres crías en cuanto las ven con el volante y la raqueta dispuestas a jugar. No sé qué ruido ni qué daños pueden causar con un volante de bádminton. ¿Y si voy yo a una reunión y digo que me preocupa que el elevado número de plátanos de sombra que crecen en el patio me estén produciendo alergia a mí y a mis hijos? ¿Los vamos a cortar todos porque a mí me molesten? ¿O que me despierta el ruido de la moto de algún vecino cuando sale por las mañanas? ¿Podré prohibir las motos?

La niñofobia es tal que hay incluso comunidades de vecinos en las que se permiten colgar carteles en las que se puede leer “Prohibido perros y niños”. Si llegamos a permitir que se prohíba la presencia de niños en las zonas comunes de las comunidades, ¿qué será lo siguiente? En algunas ciudades tampoco se les permite jugar en las calles y hay hoteles en los que no son aceptados. A muchas familias nos preocupa que esto vaya a más, además de parecernos claramente discriminatorio.

Creo que sería más sencillo abogar por normas que todos debamos cumplir. Como las normas de circulación, lo que está prohibido lo está para todo el mundo, no solo para un sector de la población. Está prohibido conducir borracho, y aunque la mayoría de las personas que conduzcan borrachas compartan un patrón, no se prohíbe conducir a todos los que encajan en ese patrón. Estaríamos prejuzgando injustamente, y como se suele decir, pagarían justos por pecadores. Aceptaría que se prohibiera jugar al balón a determinadas horas o en determinadas zonas, pero la mera prohibición sin norma que la justifique pierde para mí todo valor. Y ya lo que me parece el colmo es lo de “Prohibido perros y niños”. ¿Qué va a hacer el niño? ¿Le va a morder a alguien?

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