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El derecho a hacer ruido

¿Pueden los niños comportarse como niños o debe primar la tranquilidad de los vecinos?

Cecilia Jan
El presidente estadounidense Barack Obama saluda a un grupo de niños en el jardín Sur de la Casa Blanca en Washington.
El presidente estadounidense Barack Obama saluda a un grupo de niños en el jardín Sur de la Casa Blanca en Washington. OLIVIER DOULIERY (EFE)

La semana pasada, Valeria, la hija de dos años de mi amiga Marta, se despertó en mitad de la noche llorando por una pesadilla. Como les ocurre a muchos niños, siguió con sus llantos pese a los intentos de su madre de consolarla. Al rato, unos vecinos empezaron a golpear la pared. Por la mañana, la portera del edificio hizo constar la protesta, en nombre de toda la comunidad, por los llantos, y conminó a Marta a intervenir más rápido la próxima vez. Como si la niña tuviera un control de volumen o un botón de apagado.

Mi amiga está estupefacta. Vive desde hace unos meses en París, ciudad de la que vienen los niños aunque, según coinciden varios conocidos, no está pensada para criarlos. Sin embargo, por mucho que el llanto de un bebé sea molesto, protestar parece excesivo. Sin llegar a este extremo, las carreras, saltos, risas, rabietas o gritos, en fin, los sonidos normales que emite cualquier chiquillo, son objeto de protesta en países como Alemania, Suiza o incluso España. ¿Tienen los niños derecho a comportarse como niños, con los ruidos que eso conlleva, o debe primar la tranquilidad de los vecinos?

Antonio Jiménez Barca, corresponsal de EL PAÍS en la capital francesa, coincide en la escasa tolerancia al ruido infantil de los parisinos. "Ya el día que hicimos la mudanza subió la vecina de abajo para protestar". Desde entonces, estas visitas se repiten con cierta frecuencia. "Mi hijo pequeño, que ahora tiene cuatro años, tenía dos cuando nos mudamos. No podía impedirle que corriera por el pasillo", dice el periodista. "No es una ciudad para niños. Por ejemplo, cuando vas a un restaurante que no sea para turistas, te miran mal, como si llevaras una serpiente", describe. Todo lo contrario que en Estados Unidos, donde en general, "los niños son intocables", afirma Yolanda Monge, corresponsal en Washington.

Probablemente sea una cuestión cultural. En París, explica Antonio, cuando sus vecinos van a hacer una fiesta nocturna, ponen carteles en el ascensor o pasan notas por debajo de la puerta y se disculpan de antemano. "Como no lo hagas, a los 10 minutos tienes a la policía", añade Olga, una amiga que ha cambiado París por Londres, ciudad que contrasta, según ella, porque la gente no se queja por nada. "Como si estuviera mal visto". "Quizá", propone a Marta, "podría poner un aviso en el portal de que el bebé está teniendo pesadillas y va a llorar por las noches, ¡a lo mejor se calman así los vecinos!".

Podría parecer que en España, país internacionalmente reconocido por su ruido, no se producen protestas por esta causa. Pues sí. Tras nuestra última mudanza, los nuevos vecinos, una pareja joven por aquel entonces sin niños, subió para pedirnos, muy educadamente, si podíamos hacer algo para que David (que tenía año y medio) armara menos jaleo. Nos quedamos preocupados, pero tampoco se nos ocurrió cómo hacerlo sin atarlo y amordazarlo. Pusimos una alfombra en su cuarto para amortiguar la caída de juguetes, y los fines de semana -los niños tienen la manía de madrugar- le confinamos en el salón hasta las diez de la mañana, hora que nos parecía razonable para abrir la puerta de toriles y dejar que entrara en los dormitorios.

Más allá de eso, ¿se debe tratar de evitar que los chiquillos hagan ruido por todos los medios? ¿O se deben aceptar y soportar esos sonidos, aunque sean molestos, como una parte fundamental de su desarrollo y como un elemento inevitable de la vida en comunidad?

En España, es una cuestión de voluntad y de entendimiento entre los vecinos, pues poco se puede hacer desde el punto de vista legal. La tendencia internacional parece más bien la opuesta: Alemania, uno de los países con una legislación más dura contra la contaminación acústica, ha reconocido este año que "el ruido de los niños no tiene efectos dañinos en el entorno ni es algo de lo que los ciudadanos deban ser protegidos por ley", según Peter Ramsauer, ministro responsable de construcción y transportes.

La reforma alemana, tras años de pleitos entre las asociaciones de vecinos y las autoridades, implica que se pueden construir escuelas y parques infantiles en áreas residenciales sin necesidad de un permiso especial, pues hasta ahora, se consideraban los ruidos de estas instalaciones tan molestos como los causados por gamberros borrachos o martillos neumáticos. Ahora, gozarán de las mismas exenciones que el tañir de las campañas o las sirenas de emergencia, y los niños podrán ser niños de lunes a sábado de nueve a siete de la tarde (los domingos se ha de respetar el descanso semanal) sin que los padres teman ser denunciados.

Como reconocía Axel Strohbusch, del Departamento de Protección contra el Ruido de Berlín, ciudad precursora de la modificación legal, por primera vez se reconocen por escrito "los derechos de los niños a gritar y a hacer ruido mientras crecen, lo que debe ser tenido en cuenta por todos los vecinos".

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Sobre la firma

Cecilia Jan
Periodista de EL PAÍS desde 2004, ahora en Planeta Futuro. Ha trabajado en Internacional, Portada, Sociedad y Edición, y escrito de literatura infantil y juvenil. Creó el blog De Mamas & De Papas (M&P) y es autora de 'Cosas que nadie te contó antes de tener hijos' (Planeta). Licenciada en Derecho y Empresariales y máster UAM/EL PAÍS.

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