Mi sombra
La casa está en silencio, flotando no en calma sino indiferente, como una enorme cabeza de hormigón con los oídos tapiados
Son las ocho y las diez y las doce y la una. La casa está en silencio, como si toda la ciudad funcionara con un combustible muerto y secreto. Sé que hay vida, pero no sé dónde está. Son las ocho, las diez, las doce, la una. Las gatas duermen en el sillón tapizado en color rosa chicle, o rosa Dior, o rosa fondant (como el de las tortas de cumpleaños de la infancia, cuando los pensamientos no eran el mar de los desesperados sino una consistente máquina repleta de certezas que ya no se consiguen, como las piscinas que llegaban puntuales cada verano, y el calor, y los juegos sigilosos de la siesta). La casa está en silencio, flotando no en calma sino indiferente, como una enorme cabeza de hormigón con los oídos tapiados, y a las ocho, a las diez, a las doce, a la una, lo intento: pongo palabras, las quito, las vuelvo a poner, escribo rosa chicle y borro, escribo rosa Dior y borro, escribo rosa fondant de torta de cumpleaños y entonces sí, recuerdo aquellos cumpleaños infernales, los gritos de los niños, el color de las grageas y el plástico de la piñata, una madeja de emociones infecciosas, y me vuelve el olor del cloro en la piscina (y mi abuela y yo juntando brotes de hinojo en las vías calientes, y los martillos con olor a óxido del galpón de mi abuelo, y el lomo de mi yegua Morita,y los trigos ásperos, y las rodillas fustigadas por el campo), y las excitantes siestas silenciosas, los susurros mientras dormían los adultos, las uvas frescas como si las envolviera no el hollejo sino una lámina de agua, los perros a la sombra, el mundo envuelto en un guante de calor, la quietud de acero del verano, la parra crepitante, y todo eso no alcanza para decir nada. Son las ocho, las diez, las doce, la una. “Cambio sistema solar/ por dos palabras ciertas/ que consigan decir toda mi sombra”, escribió el argentino Pedro Mairal.
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