_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La comunidad implícita

El soberanismo catalán promueve el referéndum por la búsqueda de reconocimiento

Pablo Simón
Carles Puigdemont y Ada Colau en una concentración el 2 de octubre en protesta por la actuación policial el 1-O.
Carles Puigdemont y Ada Colau en una concentración el 2 de octubre en protesta por la actuación policial el 1-O.Alberto Estévez (EFE)

El punto ciego común a las teorías de la secesión es delimitar el demos. Dicho de otra manera, hacer explícita la comunidad política que tiene derecho a un Estado propio. La respuesta que da la Constitución española es que la soberanía recae en el conjunto del pueblo español. Así pasa en casi todas las Constituciones. Sin embargo, las lecturas políticas que hablan del “divorcio” entre Cataluña y España apuntan una relación entre dos sujetos equivalentes en un acuerdo de convivencia revisable. Un enfoque bien diferente.

Una razón por la que el soberanismo catalán promueve el referéndum es por la búsqueda de reconocimiento. Su argumento asume que una comunidad sólo puede autodeterminarse a través de este instrumento. Por lo tanto, en el momento que el plebiscito tuviera lugar se estaría reconociendo de facto que Cataluña es un sujeto político autónomo con derecho a la independencia.

Sin embargo, nos seguimos topando con el límite de cómo identificar ese demos soberano. Desde una perspectiva primordialista, existen otros territorios en España y en el resto del mundo con lenguas, culturas e historia propias. Desde una perspectiva social, la mayoría de identidades son compartidas —entre sentirse español y catalán— o incluso hay catalanes que sólo se sienten españoles. Y desde una perspectiva política, las preferencias por el referéndum o la independencia son oscilantes y activables por actores partidistas o sociales —sin saberse a partir de qué umbral demoscópico consideramos como comunidad (¿nación?) a un territorio—.

Ni siquiera desde una perspectiva territorial podemos establecer criterios claros. ¿Por qué delimitar el demos catalán al Principado y no extenderlo a los Països Catalans? O planteado a la inversa, como apunta la Clarity Act de Canadá: ¿por qué debería integrarse en una Cataluña independiente un municipio o provincia en la que el resultado de un referéndum fuera permanecer en España? Dados estos límites, parece derivarse que la idea de comunidad se basa en una relación de fuerza (política) en un contexto determinado.

La paradoja es que justamente este punto ciego ha permitido cierta flexibilidad en la evolución del conflicto territorial dentro del Estado; el sujeto político —no el legal— quedaba implícito. Al fin y al cabo, el desarrollo del Estado de las autonomías fue posible a pesar de que no había autonomistas en España —pero sí los había en las comunidades “históricas”—.

No hacía falta clarificar la base de la representación en tanto que todos los actores políticos se sintieran cómodos dentro del marco cambiante.

Pero sin duda ese modelo está enterrado. Erigida la mayoría parlamentaria independentista en poder constituyente en Cataluña, la legalidad española y el encaje implícito se han vuelto mutuamente incompatibles. Por eso, el modelo que esté por venir será bien distinto. Por eso, las próximas horas son cruciales.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Pablo Simón
(Arnedo, 1985) es profesor de ciencias políticas de la Universidad Carlos III de Madrid. Doctor por la Universitat Pompeu Fabra, ha sido investigador postdoctoral en la Universidad Libre de Bruselas. Está especializado en sistemas de partidos, sistemas electorales, descentralización y participación política de los jóvenes.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_