La conspiración de los huérfanos
QUIÉN ESTÁ PARA risas? A igual que las luciérnagas, las mariposas, los saltamontes, los grillos, los insectos todos de la infancia están en proceso de extinción, también hay rachas de brutalidad en las que el humor, como la libertad, parece empujado a desaparecer del cuerpo del lenguaje. Pero el humor, como los ortópteros, actúa como un detector. Recría en las entrañas del dolor./
Octave Mannoni lo explicaba así: “El modelo de la situación que provoca risa sería, por ejemplo, lo que sucede cuando alguien saca un revólver del bolsillo, tira del gatillo…, se abre el arma y esa persona nos brinda un cigarrillo porque tal revólver sólo era una pitillera de un modelo demasiado fantasioso. Cabría entonces suponer que un juego de palabras, un lapsus, tienen algo inquietante y que la risa es producto de tal inquietud”.
Aletea en las manos como un lepidóptero o un petirrojo. Es un libro que envía el pintor Yves Berger. Se trata de Confabulaciones, la última obra que dejó lista su padre, John Berger, y que publica Interzona en Buenos Aires. Y lo primero que leo al abrirlo es algo que me causa inquietud y risa: “Propongo una conspiración de huérfanos. Intercambiamos guiños. Rechazamos las jerarquías. Damos por asegurado que el mundo es una mierda e intercambiamos historias sobre cómo logramos arreglárnoslas pese a todo”.
Nos preguntamos cómo hablar con los niños, cómo tratar a la infancia. Es una cuestión obsesiva en muchos padres. No me extraña.
¿Cómo hablar a la infancia? Pienso en esa pregunta que impulsó la búsqueda de Françoise Dolto, la psicoanalista conocida como la “curadora de la educación”, y que dio lugar a una obra asombrosa, construida con palabras que creaban hechos. Así como escribió los volúmenes de Tout est langage (Todo es lenguaje), contó a padres y madres lo antes inaudible sobre la infancia (en la emisora de radio France Inter) y en 1979 abrió La Maison Verte (La Casa Verde), un lugar de acogida para bebés y padres sin hogar.
La respuesta de Françoise Dolto era: “Decir la verdad”. Y tan importante como el hablar verdadero era la manera en que se transmitía: hablar “con” la infancia y no solamente “a” la infancia. Parece un método sencillo, pero no hay más que ver lo que está pasando con el lenguaje de los adultos en España, a la hora de abordar los grandes problemas colectivos, para mostrar hasta qué punto la verdad es maltratada. Cómo se va intoxicando el lenguaje en sucesivas oleadas de mentiras con un efecto semejante a gotas de arsénico.
Mentir y mentirse es, a la larga, inútil. La inutilidad del engaño. “No se puede mentir al inconsciente”, decía Dolto, “porque él siempre sabe la verdad”. Los niños detectan muy pronto “el acento de la verdad”. ¿Y nosotros? Estamos viviendo una crisis de los espacios comunes, del contrato social, una erosión de los afectos, de la confianza básica, que en gran parte tiene su origen en esa pérdida de olfato de la verdad. El primer paso para desinstalar los engaños es hablar “con” el otro, y no solo “contra” el otro.
Nos preguntamos cómo hablar con los niños, cómo tratar a la infancia. Es una cuestión obsesiva en muchos padres. No me extraña. La asignatura pendiente en España es cómo hacer que se hablen y se escuchen los adultos, empezando por quienes gobiernan. Salvo que se piense que la boca es para callar.
—/
Es uno de los mejores reportajes que leí en los últimos tiempos. El Adiós a los insectos de tu infancia, de Javier Rico, publicado en EL PAÍS el 21 de septiembre. Una verdad para contarnos y contársela a los niños. La desaparición de un mundo presencial que solo verán en las pantallas o en los dibujos animados. Los adultos podemos enfrentarnos a un libro que hace sentir y pensar: Animales y racionales en la historia de España, de varios autores y con edición de María del Rosario García Huerta y Francisco Ruiz Gómez (Sílex Universidad). Una obra necesaria, que retumba en el vacío histórico. Un libro para decirnos verdades que se callan. Una historia de España que alegraría la vida a Jovellanos, uno de los pioneros en la denuncia del maltrato animal. Y al propio rey ilustrado Carlos III, que prohibió las corridas de toros, reintroducidas al mismo tiempo que la Inquisición por el absolutista Fernando VII. Pero hoy las corridas son bien de interés cultural. Es la “modernidad regresiva”, que diría John Gray en El silencio de los animales. También ellos, los animales, deberían tomar parte en la conspiración de los huérfanos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.