La identidad
La música de Totó La Momposina relata a la mayoría sumando sus diferencias
Cuando Totó La Momposina sale al escenario suele llenar sus canciones de reclamos patrióticos: “¡Viva Colombia!”, “¡Que viva la música de la identidad!”. Para esta cantante de la isla de Mompox, a la orilla del río Magdalena en Colombia, la música es una obligación hacia sus vecinos. Si desde hace décadas no saliera a recitar sus costumbres por Nueva York, Londres, Madrid y Berlín, su país seguiría siendo la tierra del olvido, de la guerra, de Pablo Escobar.
La patria y la identidad a la que Totó canta son la del pescador pobre que con su atarraya y su barca de bahareque sale cada amanecer a buscar el almuerzo del día. Es el pueblo en el que un aguacero de mayo despierta a los gallos a la misma hora que los trapiches empiezan a moler la caña de azúcar. El lugar que se enciende con velas al terminar la faena porque empieza la cumbia, el fandango, el mapalé, la champeta, la fiesta de la resiliencia.
Totó me explicó una vez que con este cuento y el sonido de sus tambores nunca necesitó traducción en sus viajes por el mundo. Tam-tam, tam-tam. “El ruido del corazón, el que se escucha en el vientre de la madre. A todo el mundo le llama y no sabe la razón”. Su música lleva al goce. Y cuando has terminado de sudar, persiste la sensación de que en esos ritmos cabemos todos los que alguna vez convivimos en el Caribe: indígenas, africanos, árabes, españoles, colombianos. Nadie se queda fuera porque su música relata a la mayoría sumando sus diferencias.
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