La historia menos contada de Audrey Hepburn: una adolescencia marcada por la guerra, el terror y los sueños rotos
El cómic ‘La guerra de Audrey’ repasa uno de los capítulos más difíciles en la vida de la actriz, en el que tuvo que lidiar con la enfermedad y asumir la muerte de seres queridos. “Además de una carrera impecable en teatro y cine, sin duda nos dejó un ejemplo de resiliencia, superación y fidelidad a sí misma”, afirma el autor


Se han escrito ríos de tinta sobre Audrey Hepburn, sus éxitos y su vida. La actriz de Desayuno con diamantes, Charada o Sabrina, que falleció hace ya más de 30 años, sigue siendo una musa de estilo e inspiración, muy presente todavía en las conversaciones y con un legado que parece inmortal. Su nombre todavía copa los titulares de los medios de comunicación, con noticias como que su casa está a la venta por 20 millones de euros, pero todavía hay capítulos de su vida menos amables que parecen desconocidos. Y no, no es que hayan estado ocultos, pero la actriz intentó, y consiguió en cierto modo, que los detalles sobre los años más difíciles de su vida no fuesen un tema de conversación recurrente en las entrevistas.
Sin embargo, poco a poco, su círculo más cercano, e incluso ella misma, fueron revelando aquellas vivencias que la convertirían en la persona que luego fue: solidaria, trabajadora y humilde. Nada hacía presagiar que detrás de aquella glamurosa y exitosa actriz se escondía una adolescencia marcada por el terror, los sueños rotos y la muerte de los familiares más cercanos durante la Segunda Guerra Mundial. Ahora, el cómic La Guerra de Audrey (Planeta), publicado el 26 de marzo, recupera esta historia de la mano de Salva Rubio, escritor, guionista y doctor en Historia y Artes por la Universidad de Granada; y Loreto Aroca, dibujante e ilustradora.
La infancia de Hepburn estuvo marcada por la separación de sus padres. Aunque nació en Bruselas en 1929, pronto ingresó en un internado en Inglaterra mientras vivía con su progenitor. Tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial en 1939, su madre decidió que debía trasladarse con ella a Países Bajos, un país hasta entonces considerado neutral y donde creían que estarían a salvo del conflicto. Tanto su padre, Victor Anthony Ruston, como su madre, Ella van Heemstra, eran simpatizantes fascistas. Pero para la actriz no fue fácil adaptarse a su nuevo hogar: era la recién llegada y su escaso dominio del neerlandés complicó la relación con sus compañeros de clase, que llegaron a burlarse de ella y a rechazarla.

1940 fue el año que cambió su vida. El ejército alemán invadió Países Bajos en mayo y unos días más tarde comenzaría la ocupación, un periodo marcado por la falta de productos de primera necesidad y la incertidumbre. Pero también fue el momento en el que Hepburn supo qué era lo que quería ser en el futuro: bailarina. “Concibió un sueño al ver un espectáculo de Sadler’s Wells. Esos fueron los que la mantuvieron viva y con la moral alta durante gran parte del tiempo que vivió encerrada en Arnhem”, explica Rubio a EL PAÍS. “No solo asistió a clases de ballet, también dio clases a otros muchachos del pueblo y se vio obligada a dar algún recital ante jerarcas nazis. Finalmente, su vocación fue por otro camino distinto al baile, pero sin esa necesidad de soñar, Hepburn nunca habría sido actriz”, asegura. Mientras tanto, su madre encontró trabajo supervisando una cocina de trabajadores alemanes e incluso inició una relación con uno de ellos.
Su familia también sufrió de cerca los horrores de la guerra: su hermano Alex permanecía escondido tras haber formado parte de las fuerzas armadas holandesas y pasó a la resistencia; su tío, Otto Ernst Gelder van Limburgo Stirum, fue ejecutado en verano de 1942 después de oponerse, como magistrado, al procesamiento de varios ciudadanos por lo que él estimaba eran ofensas menores contra el Reich; y su hermano Ian, cuando cumplió los 19 años, fue reclutado para trabajar en una fábrica de municiones. Finalmente, decidieron trasladarse a la localidad de Velp a vivir con su abuelo.
Una de las leyendas más extendidas es que Hepburn formó parte de la resistencia, pero no está probado que fuese así. “Se dice que llevaba mensajes, que ayudó a un aviador herido, pero realmente no hay pruebas de nada de ello. Sí que realizó importantes labores en el hospital local con trabajos de limpieza, asistencia y cuidados. Durante la evacuación de Arnhem, ella y su familia también prestaron ayuda a los refugiados e incluso albergaron unos días a un soldado aliado. Participó en las llamadas tardes negras, encuentros clandestinos de arte y danza para subir la moral a los que se habían pasado a la resistencia”, subraya el guionista.

Hepburn nunca quiso ser percibida como una heroína, de ahí que evitase hablar de este capítulo de su vida, pero también por la historia real que escondía sobre las ideologías políticas de sus progenitores. “Era extremadamente raro que hablara de aquello, por un lado, por pura modestia, ya que prefería evitar hablar de sí misma y de sus logros; pero también porque sus padres habían sido simpatizantes nazis, y la madre había llegado incluso a conocer a Hitler unos años antes. Es fácil entender que no quisiera que los periodistas de la época indagaran en estos hechos”, recuerda.
Pero lo peor estaba por llegar. Se vio obligada a renunciar al baile para ser, en sus palabras, “una buena neerlandesa” cuando cumplió los 15 años: el progresivo empeoramiento de las condiciones de vida y de alimentación, unido a la obligación de sumarse a la Cámara de Cultura del Reich la llevaron a tomar esta decisión tan dolorosa y con la que vio romperse sus sueños. Comenzó el conocido como invierno del hambre y más de 20.000 personas murieron hasta mayo de 1945 a causa del frío, la falta de alimentos y de otros suministros indispensables para la vida. La actriz enfermó durante este tiempo y a punto estuvo de perder la vida: sufrió anemia, edema, colitis, endometriosis y desnutrición infantil —llegó a estar tres días sin ingerir ningún tipo de alimento—, lo que provocó un retraso en su crecimiento. “Estuvo a punto de morir por todo ello, sufrió secuelas físicas y psicológicas el resto de su vida”, aclara Rubio.
También fue capturada por soldados del Volkssturm e introducida a la fuerza en un camión junto a otras jóvenes para forzarles a trabajar. Sin embargo, una rápida reacción y un descuido de sus captores le permitió huir de un futuro nada esperanzador. Aunque evitó hablar del tema todo lo que pudo, sí que llegó a relatar cómo se enteró de que la ocupación alemana ya había terminado: las ametralladoras dejaron de sonar y el aire trajo aroma a cigarrillos ingleses. Estaban a salvo. No tardó en abandonar Velp con destino Ámsterdam para volver a tomar clases de baile, pero finalmente se decantó por la interpretación y persiguió su sueño hasta que se convirtió en una de las actrices más importantes de la historia. De hecho, en 1957, el padre de Ana Frank le pidió que protagonizara una película sobre su hija, pero ella se negó porque no quería revivir aquellos años.
Fue una estrella, pero también “una de las mujeres más elegantes del Hollywood clásico y una destacada filántropa” que dedicó parte de su carrera a ayudar a los demás. En la última etapa de su vida, antes de morir a los 63 años a causa de un cáncer de colon, la oscarizada actriz quiso potenciar su lado más humanitario y acercarse a los más vulnerables. Se retiró de la actuación en 1987 —aunque ya llevaba años centrada en el cuidado de su familia— y en 1988 fue nombrada Embajadora de Buena Voluntad de Unicef. “Puedo dar fe de lo que Unicef significa para los niños, ya que estuve entre quienes recibieron alimentos y ayuda médica después de la Segunda Guerra Mundial. Siento una profunda gratitud y confianza por la labor”, explicó durante su viaje a Etiopía con la organización.

Después de aquella primera misión, visitó un proyecto de vacunación contra la polio en Turquía, programas de capacitación para mujeres en Venezuela, iniciativas para niños que vivían y trabajaban en la calle en Ecuador, proyectos de suministro de agua potable en Guatemala y Honduras, y programas de alfabetización radical en El Salvador. También visitó escuelas en Bangladés, servicios para niños pobres en Tailandia, iniciativas de nutrición en Vietnam y campamentos para niños desplazados en Sudán, tal y como recoge la web de Unicef. Su viaje a Somalia pocos meses antes de morir es uno de los más recordados, donde afirmó estar “muy agitada” al contemplar la desoladora situación que la guerra civil y la sequía provocaron en el país africano. “Hoy en día no me interesa promocionar a Audrey Hepburn. Me interesa contarle al mundo cómo pueden ayudar en Etiopía”, es una de sus frases más memorables de estos viajes.
¿Qué es lo más valioso que ha dejado Hepburn en herencia? “Además de una carrera impecable en teatro y cine, sin duda nos dejó un ejemplo de resiliencia, superación y fidelidad a sí misma”, asegura Rubio. Ahora el cómic La guerra de Audrey homenajea esta historia con una mirada al presente, con un conflicto abierto en Europa. “Guerras en las que infinitas personas y sobre todo niños sufrirán hambre, frío y privaciones, como las que vivió ella. Por eso nos pareció importante que el lector sepa a qué destino podría enfrentarse como civil en uno de estos conflictos, para hacer su parte, como ciudadano, tratando de evitarlos”, reflexiona el escritor. El legado de la actriz parece inmortal y continúa siendo un ejemplo para todo aquel que quiera escuchar y aprender de un episodio negro en la historia más reciente.
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