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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

El conflicto necesario

Si algún ministro se hubiera paseado por el interior de Cataluña se habría dado cuenta de que la desconexión ya se había producido

Un paso de cebra pintado como estelada en Arenys de Munt, al norte de Barcelona.
Un paso de cebra pintado como estelada en Arenys de Munt, al norte de Barcelona.ALBERT GEA (REUTERS)

Desde hace mucho tiempo unas cuantas personas —entre las que me encuentro— lo vienen vaticinando: lo que se inició en Cataluña hace muchísimos años, y de forma explícita desde 2012, no tiene solución y acabará en un enfrentamiento de cuya magnitud había distintas opiniones. La de muchos fue que terminaría en desastre por dos razones principales. En primer lugar, porque quienes han asesorado al Gobierno español —ahora del PP— carecían de sensibilidad para darse cuenta de lo que se estaba fraguando en Cataluña. La sociedad catalana, desde hace muchos años, era sensible al agravio comparativo. Cuando no eran las autopistas, de pago en la mayoría de Cataluña, el Òmnium o sus adláteres se centraban en la historia de las matrículas con la E oprobiosa para ellos. Y cuando en plena catástrofe económica lanzaron la campaña de la financiación, “tan saneada en el País Vasco y tan gravosa en Cataluña”, saltaron todos los registros y se movilizó a la gente con un plan perfectamente diseñado por Òmnium Cultural y la ANC, cuya presidenta, Carme Forcadell, fue catapultada a la presidencia del Parlament. Solo con que algún ministro se hubiese paseado por los pueblos del interior de Cataluña, plagados de esteladasdesde hacía años, se habría dado cuenta de que la desconexión con el Estado ya se había producido. Desgraciadamente quienes han asesorado al presidente Rajoy no le apercibieron de ello.

Durante casi un cuarto de siglo fui abogado del Sindicato de Pilotos de Líneas Aéreas (SEPLA). He aquí la segunda razón. Nada que ver con el problema catalán excepto en una cosa: la fuerte conflictividad. Ahí aprendí que hay conflictos que solo se solucionan en una mesa de negociación cuando ambas partes se han enfrentado hasta sus últimas consecuencias. Todos sabían cuál sería el final: pérdidas mil millonarias, despidos, querellas, cientos de miles de pasajeros perjudicados… pero no importaba. Nadie quería escuchar a la otra parte, el tiempo se había acabado y era necesario medir las fuerzas. Solo en el último conflicto al que asistí, en marzo de 1996, se logró un acuerdo porque quienes lideraban las partes antepusieron los intereses de ciudadanos, compañía y pilotos, a los propios de cada colectivo.

El profesor José Carlos Díez escribió (EL PAÍS, 22 de septiembre) una interesante reflexión sobre la teoría de los conflictos, Cataluña y el dilema del prisionero, en la que citando al matemático John Nash sostenía, con acierto, que la única solución al conflicto es la cooperación. Ni el Gobierno catalán ni el español están ahora en ese momento posible. El desastre está garantizado y sólo después del 1 de octubre será posible sentarse en una mesa de negociación. ¿Quiénes? Eso dependerá de hasta dónde llegue el enfrentamiento. En estos momentos, lo esencial es restablecer la legalidad descuartizada en Cataluña. Luego es muy posible que sólo quienes acaten claramente la Constitución —y su reforma— tengan la posibilidad de tan enorme tarea.

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Jorge Trias Sagnier es abogado y escritor.

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