Testosterona
Si la hormona que manda en los testículos ha demostrado su fracaso en el conflicto catalán, a lo mejor es el momento de mirar a las mujeres
Hay verdades que adquieren la condición de axioma forjadas a base de repetición. Los hombres son más nobles; las mujeres hablan mucho; hay una edad para cada cosa; los niños y los borrachos siempre dicen la verdad; nada pasa porque sí…. Paro porque empiezo a desbarrar y me distraigo de mi intento de atisbar una grieta en otra ‘certeza’ que gana fuerza según se acerca el 1-O: “Esto ya no tiene remedio”.
No manejo el imperfecto arte de la política. De presupuestos entiendo lo justo para cuadrar las cuentas domésticas. Me superan las razones históricas que restan. Y soy incapaz de adivinar la fórmula de la Coca-Cola —ya me gustaría—, así que no me exijan soluciones. Solo observo y me pasmo ante tanto exceso de testosterona y escasez de cordura. Y en ese proceso tan poco científico como necesario que es mirar lo que ocurre a nuestro alrededor y sacar conclusiones, constato que, siempre que dos posturas se muestran irreconciliables, en la trastienda hay muy poco diálogo y mucho ofendido rencoroso. Si la hormona que manda en los testículos ha demostrado su fracaso en el conflicto catalán, a lo mejor es el momento de escuchar a las mujeres. Ada Colau y Manuela Carmena, alcaldesas de Barcelona y Madrid, se sentaron juntas y dieron ejemplo de sensatez: “La democracia es escuchar", dijo una. “Siempre es tiempo para la solución política”, añadió la otra. “Hay que ceder, introducir matices (…) Así no funciona”, señaló un lado. “Si unas palabras no valen, cambiemos a otras”, remató el otro.
Hubo educación, ganas de buscar territorios comunes y respeto. En las redes sociales muchos encontraron por fin un bálsamo en una conversación “con sentido común”, “enriquecedora”, “autocrítica y no autocomplaciente”. ¿Alguien tomó nota o todos siguieron enredados con sus hormonas?
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