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Columna
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La mano en el corazón

Manuel Rivas

DE SU MADRE, recuerda Ferdinando Camon: “Cuando reía se llevaba una mano al corazón”. Lo cuenta en un libro, Un altar para la madre (editorial Minúscula), que, de alguna manera, lees así, con una mano en el corazón: “Parecía como si quisiera retenerlo, como si al reír el corazón se le estremeciera”.

Y así he leído la crónica del último concierto de Salvador Sobral, el cantor portugués que ganó en mayo el festival de Eurovisión con una canción, y una forma de cantar, esa marginalidad exquisita, que transformó el vulgar escenario del certamen en una isla de melancolía y libertad. Esa canción, Amar pelos dois, compuesta por su hermana Luisa, resultó de alguna manera premonitoria. Terminaba hablando de un corazón que puede amar por dos.

Ese gran corazón suele ser frágil. Toda la historia de Salvador, de 27 años, desde los comienzos hasta la despedida, apenas cinco meses después del triunfo y la ines­perada celebridad, adquiere ahora la forma de un relato estremecedor. Ante miles de personas, en Estoril, su despedida no fue un funeral. Fue un regalo. En su juventud, en Mallorca y Barcelona, viajó al lado salvaje, tal vez pudo ver en la línea del horizonte el “barco ebrio” de Rimbaud. Cuentan que en Eurovisión cantó con un marcapasos y vive, a la espera de un trasplante, con un desfibrilador implantado. Esas huellas estarán en la voz, suave y profunda a la vez. Pero es una voz que viene de lejos, con un viento de fado vadío y free jazz, esa ave de acantilado que juega y se impulsa cuando todo cae.

Con días o meses contados, lo que más impresiona es ese pudor al despedirse: “Llegó, infelizmente, el momento de entregar mi cuerpo a la ciencia (…) Espero verlos en breve, que nadie se preocupe”. Una extrema y elegante contención que dice mucho más de lo que se puede decir.

Hay gente que merecería tener dos corazones.

Es verdad que hay sentimientos muy sentimentales, pero una cosa es la afectación del sentimentalismo y otra muy distinta expresar los sentimientos.

En la prensa, y en la literatura y el cine, no goza de mucho prestigio esto del corazón. Es una palabra secuestrada, como tantas otras. En España, la prensa del corazón es sinónimo de amarillismo y sensacionalismo, con sus chismes y cotilleos, vanidades y miserias. La gran paradoja es que esa banalidad cínica se ha ido contagiando a gran parte de los medios de comunicación. Eso sí, los cínicos han pasado a denominarse “incorrectos”. En el periodismo parece que tenemos 12 políticamente “incorrectos” por correcto al cuadrado. Una de las letanías del “incorrecto” es combatir el “sentimentalismo”. Es verdad que hay sentimientos muy sentimentales, pero una cosa es la afectación del sentimentalismo y otra muy distinta expresar los sentimientos. Una crónica sin que vibren los sentimientos de los protagonistas equivale a pintar expresionismo abstracto sin colores. Claro que los “incorrectos” desprecian todo sentimentalismo, excepto el suyo. Así cunde una variante nefasta del “nuevo periodismo”, esas piezas en las que el autor descubre un personaje y un tema insuperables: “A solas conmigo mismo”. Suele citarse a Jorge Luis Borges como un arquetipo de escritor alérgico al sentimentalismo. Pero pocos han ido tan lejos a la hora de expresar, con pudoroso temblor, sentimientos, como hizo el autor de El Aleph en el poema que dedicó a un inalcanzable amor, su prima Norah Lange: “Puedo darte mi soledad, mi oscuridad, el hambre de mi corazón; estoy tratando de sobornarte con incertidumbre, con peligro, con derrota”.

Lo que todavía no entiendo es cómo un poema así no rompió un corazón.

“Como soy políticamente incorrecto” suele ser la expresión que, a modo de escudo, precede a un discurso o intervención reaccionaria. ¡En España se declara “incorrecto” hasta el ministro del Interior! La otra cara del “incorrecto” profesional es su conformismo. Su “incorrección” va siempre en el mismo sentido depredador. Nunca apunta a los que pueden devolverle el golpe, sean los grandes amos o los jactanciosos de su misma especie. Se le reconoce rápido porque una de sus obsesiones gastronómicas, fundamentada en el pensamiento paté es hacer foie-gras del buenismo y de otros invertebrados como el feminismo, la pluralidad y la memoria histórica. Y será asombro de generaciones futuras saber que la crisis española del primer cuarto del siglo XXI no se debió a la suma de corrupción y sofá (inmovilidad institucional), sino a la nefasta influencia de la ideología franciscana del buenismo.

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