Bajo la lupa de la trumpología
El presidente de EE UU exhibe en Naciones Unidas su belicismo y unilateralismo
Por primera vez no basta la plantilla habitual para entender un discurso de Donald Trump. La trumpología, o arte de comprender el objeto denominado Trump, acaba de encontrarse con una complicación adicional después de nueve meses de carril fijo, centrado en una personalidad narcisista, infantil y arrogante, compulsiva en las redes sociales y amante de la agresión verbal y del exabrupto.
Sus palabras ante la asamblea general de Naciones Unidas han sido el motivo de las novedades que dicen haber encontrado los intérpretes del trumpismo, buscadores de los menores indicios respecto a los designios secretos de la Casa Blanca, como hacían los kremlinólogos en tiempos de la guerra fría respecto al poder soviético.
Destaca de entrada la convencionalidad del discurso, insólitamente presidencial al decir de los comentaristas conservadores. Hubo dos estocadas para el sistema de la ONU: su exhibición belicista en el foro dedicado a promover el buen entendimiento y la paz, con su siniestra amenaza de “destruir totalmente” un país como Corea del Norte; y su reivindicación unilateralista del interés nacional en el templo del multilateralismo. También dos muestras de desinterés: por la suerte de los rohingyas en Myanmar, víctimas de persecución y al borde del genocidio; y por el proceso de paz en Oriente Próximo. Y una señal inquietante: la feroz descalificación del acuerdo nuclear con Irán, cuyo fracaso podría desembocar en una situación similar a la que ahora hay que lidiar con Corea del Norte.
Llama la atención la acogida al menos benévola que han tenido sus palabras en las filas republicanas. Hay quien ha querido encontrar ecos de Harry Truman en los tiempos fundacionales del actual orden internacional. Otros han hallado los de George W. Bush con su eje del mal, en el que ahora ha ingresado Venezuela. Otros más, han visto la inspiración directa de Ronald Reagan, especialmente en su descalificación del socialismo venezolano no por sus errores sino por su acierto en aplicar una ideología intrínsecamente errónea.
Contribuye a esta impresión la influencia de Nikki Haley, la embajadora de EE UU en la ONU y estrella ascendente de la diplomacia estadounidense, que ha conseguido ceñir al presidente a una agenda internacional republicana. Con el secretario de Estado Rex Tillerson desaparecido, Haley es quien absorbe ahora buena parte del protagonismo exterior.
El discurso refleja los movimientos internos en el gobierno trumpista, en el que está de capa caída la extrema derecha racista y alt right o derecha alternativa, después del alejamiento de Steven Bannon, el ex estratega presidencial y en buena parte ideólogo de la disrupción. El momento es especial: el fiscal Robert Mueller, encargado de investigar la intromisión de Rusia en la Casa Blanca, está avanzando; y nadie consigue frenar el caos del equipo presidencial, en el que se han producido destituciones y nombramientos a puñados, hasta el punto de que se espera ahora que sea el propio yerno de Trump, Jared Kushner, el que se descabalgue para evitar la extensión del escándalo del espionaje ruso. La trumpología tiene un gran porvenir por delante.
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