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Nuevos libros nos ayudan a entender que los primeros signos de las épocas trágicas siempre se parecen
No crean que todo son malas noticias. Hay una que no suele abrir telediarios porque su título sería tan chocante —“Llegan buenos libros a las librerías”— que los espectadores quedarían desconcertados sin noticias de tiburones amenazantes en la playa, retransmisiones en directo de huracanes a ver si se vuela el periodista mismo o pequeñas desgracias vistosas que han saltado del YouTube a los canales de nuestras pantallas como si fueran importantes.
Pero lo cierto es que sí hay noticia, que ése es su título y que el subtítulo en versión libre bien podría ser: “Varios autores aportan reflexiones sobre el pasado con plena vigencia para lo que nos está pasando”.
Lo que nos está pasando es la fractura, el señalamiento del diferente, el miedo a alzar la voz, el silencio como opción y el matonismo. Si todos los que están practicando el juego sucio y los que lo están sufriendo pulsaran por un momento el botón de pausa y dedicaran unas horas a leer, podrían encontrar tres libros nuevos de memorias muy recientes que excavan muy hondo para sacar las razones de heridas profundas que aún nos hace daño. No hace falta llegar a Primo Levi, Klemperer o Bashevis Singer. Hablamos de cosas actuales, de gente como nosotros que aún necesita y busca reparar errores del pasado con literatura. Ojalá aprendiéramos alguna lección.
Monika Zgustova, por ejemplo, reúne en Vestidas para un baile en la nieve (Galaxia) testimonios actuales de mujeres rusas desterradas al gulag. Están vivas, son de carne y hueso y nos aperciben —como diría el Constitucional— no de la ilegalidad de lo que ocurre, sino del peligro de señalar al disidente. El género humano ha hecho cosas terribles que en su momento nadie previó, pero los primeros signos siempre se parecen. Y los que vemos estos días indican que no estamos a salvo.
Robert Seethaler elige la voz sencilla de un aldeano para recoger la incomprensión de los avatares que sufre debido a las malas decisiones de otros, incluida la depredación del territorio, la guerra y el destierro. Toda una vida (Salamandra) es breve, pero intensa, y habla del valor de una existencia, la de cada uno, la única que tenemos al fin y al cabo, frente al peso de la historia. Y Edurne Portela bucea en el conflicto vasco, en la desindustrialización y la implosión de la heroína a través de una familia que podría ser la de casi todos. Mejor la ausencia (Galaxia) también nos ayuda a pensar.
En las tres se trata del valor de la vida simple, o de la simple vida, frente a los que quieren imponernos lo que no queremos. Una reflexión que ojalá hiciéramos todos a cámara lenta estos días. Visto así ¿a que entre todos bien podríamos llenar un telediario?
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