La hora de 500 millones de pastores
Los nómadas usan un tercio de la superficie terrestre. Un movimiento global se propone rectificar el error de intentar sedentarizarlos y reivindica su derecho a la propiedad de la tierra
El pastoreo es una forma de vida obsoleta; el nomadismo es arcaico, y los pastizales son yermas tierras de nadie —vacías y desaprovechadas—. Estas son las principales creencias que gobiernos, donantes y organizaciones internacionales han sostenido durante décadas. ¿Otras certezas que han guiado durante años políticas y planes de desarrollo? Se debe sacar rendimiento de los pastizales convirtiéndolos en tierras agrícolas, y es imprescindible que los pastores se asienten para acceder a servicios públicos —como salud y educación— y mejorar su calidad de vida. Bien. Pues resulta que todo ello era un error, y que en el ángulo muerto del desarrollo han quedado ni más ni menos que 500 millones de personas. Los usuarios de un tercio —¡un tercio!— de la superficie terrestre. Estos pueblos marginalizados, incomprendidos y relegados a la pobreza son los pastores nómadas. Ahora, un movimiento global sin precedentes encabezado por agencias de la ONU, centros de investigación internacionales y organizaciones de base se propone enmendar el fallo de intentar sedentarizarlos y reivindica el derecho a su propiedad comunal de la tierra.
Lo que está en juego no es menor: prevenir hambrunas en regiones como el Cuerno de África; mitigar el cambio climático —los pastizales pueden secuestrar hasta el 9,8% de las emisiones de carbono—, y liberar “un potencial de generación de ingresos capaz de sacar a millones de personas de la pobreza”, según la Organización de la ONU para la Agricultura y la Alimentación (FAO). “El pastoreo es uno de los sistemas de producción de alimentos más sostenibles del planeta y una fuente de beneficios ambientales, económicos y culturales, para los pastores y para el resto del mundo”, afirma Jonathan Davies, experto de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) y autor principal de la reciente Guía técnica de la FAO sobre gestión de tierras pastoriles.
El pastoreo sostenible se considera ahora una las formas más eficientes para gestionar los 5.000 millones de hectáreas de pastizales del mundo.
El pastoreo sostenible se considera ahora una las formas más eficientes para gestionar los 5.000 millones de hectáreas de pastizales del mundo. En la mayoría de casos, la única estrategia. Gran parte de las tierras de pasto son zonas áridas o semiáridas, regiones de clima extremadamente variable donde la pluviosidad oscila más de un 50% interanual, remarca Davies. Estas tierras “cargadas de riesgo” no admiten ningún otro uso a gran escala y se degradan por dos grandes vías: la agricultura y el abandono del pastoreo, método por el que la región Simbol de Kenia, por ejemplo, se vio infestada de arbustos espinosos y perdió 80.000 hectáreas de tierras vitales para la seguridad alimentaria y la biodiversidad en solo seis años, según la guía de la FAO.
“Gracias a su movilidad, el pastoreo logra transformar la escasa vegetación en alimentos de alto valor añadido como carne y leche. Por ello, es vital para la seguridad alimentaria”, añade la especialista en sistemas pastoriles de la FAO y coordinadora de la guía, Vivian Onyango, sobre un modo de vida que comparten desde los tuaregs del Sahel hasta los masais de Tanzania, pasando por los jinetes de Mongolia e Irán.
Giro copernicano
Este cambio radical de perspectiva —poco conocido fuera de los círculos de expertos— ha ganado tracción en la última década a tenor de dos grandes avances. En el campo académico, se ha ganado conocimiento sobre la ecología de los pastizales y, entre otras cosas, se ha demostrado que el pastoreo sostenible favorece la biodiversidad, incluyendo la de los grandes mamíferos que fundamentan el turismo en países como Kenia. En paralelo, los pastores han empezado a organizarse en redes nacionales e internacionales para proyectar su voz, y “el mundo ha empezado a escuchar”, constata Onyango desde Roma.
Para el especialista en medio ambiente y asesor de redes pastoriles Pablo Manzano, radicado en Nairobi, el proceso ha adquirido “dimensiones críticas con la aparición de inseguridad, incluido el terrorismo, en zonas pastoriles como el Sahel”. Manzano, que ha liderado iniciativas sobre pastoreo en la UICN y la FAO, señala el vínculo “entre inseguridad y dejación de la población pastoril por parte de las autoridades”, evocado en un informe del Banco Mundial de 2016. “Entiendo que, tras los argumentos económico y ambiental, éste ha sido clave para la implicación de organizaciones intergubernamentales en la defensa de los pastores”.
Tan enraizada está la creencia de que el pastoreo es un atraso, que incluso estuvo legitimada por la teoría antropológica, remarca Davies desde Nairobi. Una noción que ha quedado desautorizada al descubrir que grupos humanos idearon la agricultura antes (no después) de la cría móvil de ganado. El experto, que lidera la iniciativa global de la UICN sobre tierras áridas, vuelve su mirada a las décadas de 1970 y 1980 en África: “Los donantes del Banco Mundial pensaban que hacían lo correcto al sedentarizar a los pastores, privatizando las tierras, porque así es como se enfocaba en EE UU y Europa. Después, vimos que era un desastre y comprendimos por qué: impedir los desplazamientos socava la flexibilidad de los sistemas pastoriles, que es precisamente lo que les permite adaptarse a entornos enjutos y extremadamente variables”.
¿Lo peor de todo? Esta lección se sabía desde la década de 1920, cuando los intentos de privatizar los ranchos y cercar el ganado en EE.UU. resultó en una debacle ambiental. La lección, simplemente, se había olvidado. Un ciclo de aprendizaje y desmemoria con el que, según Davies, se ha tropezado una y otra vez.
Propiedad comunal contra la privada
Los pastores, que según la FAO estarán entre los más afectados por el calentamiento global, lo tienen cada vez más difícil para desplazarse por el territorio en busca de agua y pastos de calidad. Su ganado, exangüe, sucumbe a la primera adversidad. Un riesgo que aumenta a medida que gobiernos, inversores, proyectos de agricultura intensiva e industrias extractivas se apropian de unas tierras consideradas de nadie. Ello “ha dejado a los pastores empobrecidos, más vulnerables a la sequía y en mayor competición por los recursos”, concluye la guía de la FAO. Una muestra fehaciente del golpe de timón a nivel global. “Mejorar la gestión de la tenencia es la vía para superar este ciclo de marginalización”, sostiene la guía, que desarrolla las directrices voluntarias sobre gobernanza de recursos suscritas por un centenar de países en 2012.
¿Cómo mejorar la gestión? Según el documento, con un enfoque que sacude el concepto clásico de propiedad privada: “Los derechos de los pastores deben ser reconocidos en todos los territorios que usan, incluso si pertenecen a diferentes regiones o países o si están regidos por otros sistemas de tenencia. Ello puede incluir derechos de usufructo periódicos en tierras fuera de los pastizales, a modo de reservas en caso de sequía”. En este sentido, Davies dice: “Nuestro interés no está en la propiedad privada, sino en que se garanticen las responsabilidades y derechos comunales sobre la tierra. Las comunidades deben ver reconocido su derecho a establecer y hacer cumplir normas sobre el uso de los recursos y deben contar con el apoyo de las autoridades”. También se debe garantizar la participación de los pastores, incluyendo las mujeres, en la elaboración de leyes y políticas relativas al uso de la tierra, y se deben adaptar los servicios públicos a la movilidad de estas poblaciones, no al revés.
Varias organizaciones y países están promoviendo que 2020 sea declarado el primer Año internacional de los pastizales y los pastores
La propiedad comunal es la forma más lógica de gestionar las tierras de productividad inestable porque minimiza los riesgos, argumenta Manzano. “Si este año no llueve en el pastizal A, uno se puede mover al pastizal B, a no ser que haya un alambrado que lo impida. En este caso, tanto el propietario del A como el del B están, tarde o temprano, abocados a la hambruna”.
Las políticas no responden necesariamente a esta lógica de supervivencia. “Muchos gobiernos son reticentes a la hora de sacar a familias autóctonas de sus casas y granjas, pero no tienen reparos en reasignar sus bienes comunales a otros usos y usuarios”, constata la guía de la FAO. “Ello se debe a que normalmente se tienen que ofrecer compensaciones al interferir con viviendas y granjas —incluso en territorios tradicionales sin títulos de propiedad—, pero esto raramente se hace extensivo a los pastizales de propiedad comunal”.
El ganado suele asociarse a sobrepastoreo y degradación de la tierra, pero el gran problema no es la actividad en sí: son el exceso de animales y la sedentarización, precisa desde Nairobi Abdelkader Bensada, responsable de pastoreo y conservación de pastizales del Programa de la ONU para el Medio Ambiente (PNUMA). “El único modo de garantizar el pastoreo sostenible es reconociendo el derecho de los pastores a la tierra, a la movilidad y a sus tradiciones”, remarca. En palabras de Onyango, “las personas que no saben si podrán regresar a una tierra no van a invertir la energía ni el tiempo necesarios para cuidar de ella y sus recursos”. Un rol que los nómadas han desempeñado durante generaciones en un tercio de la tierra y que la FAO alienta a recuperar. El qué, está claro. Lo difícil, en un mundo delimitado por fronteras políticas y leyes inflexibles, está en el cómo.
Cuestión de reconocimiento
¿Quién tiene derecho a qué recurso? ¿Cuándo y durante cuánto tiempo? ¿Hay que organizar la tenencia a nivel local o regional? Estos son algunos de los dilemas que afloran entre intricadas capas de historia, leyes coloniales impuestas y normas autóctonas. Por si fuera poco, los límites territoriales y los derechos de los nómadas —como el acceso a abrevaderos y corredores entre pastos estacionales y mercados— se conocen como difusos: deben renegociarse constantemente en función del clima y la disponibilidad de recursos, y en base a criterios de reciprocidad. Este encaje de bolillos está regulado desde antaño por acuerdos e instituciones tradicionales, como los consejos de ancianos. En los últimos tiempos, sin embargo, su capacidad de hacer cumplir las normas se ha debilitado, explica Davies.
Para asegurar los derechos manteniendo su flexibilidad, la guía de la FAO aboga por que las normas tradicionales (codificadas o no) reciban el mismo reconocimiento que las estatutarias. La UICN, por ejemplo, está ayudando a los borana de Kenia y Etiopia a traducir sus normas a leyes locales que contemplen la adaptabilidad. El documento también llama a los gobiernos a reconocer la gestión por parte de instituciones tradicionales. “En algunos países hay buenas políticas. Debemos comprender por qué no se implementan y espolear su aplicación”, firma Onyango.
Los entrevistados coinciden en señalar que el sector pastoril, invisible en numerosas estadísticas nacionales e internacionales, adolece de una falta de leyes, políticas e inversiones. Desembolsos tanto públicos —en servicios e infraestructuras— como privados —en el desarrollo de mercados y cadenas de valor que aporten más ingresos con menos cabezas de ganado y faciliten la diversificación—. “Es crucial que los gobiernos comprendan el papel del pastoreo”, subraya Bensada del PNUMA. “A pesar de su contribución a las economías nacionales, las comunidades pastoriles siguen estando entre las más pobres”, añade. Y sus jóvenes, entre los más desesperanzados. Davies lo tiene claro: los países no alcanzarán los Objetivos de Desarrollo Sostenible si no apoyan sus zonas pastoriles.
Punto de inflexión
Dos grandes iniciativas en curso pueden darle el espaldarazo definitivo a la causa pastoralista. El PNUMA está liderando el primer análisis global sobre el estado de la cuestión, que prevé ultimar en junio de 2018. Esta iniciativa, respaldada por 195 países, “ayudará a elaborar un plan de actuación concertado”, asegura Bensada, quien además avanza que 2020 puede convertirse en el primer Año internacional de los pastizales y los pastores si la Asamblea General de la ONU lo aprueba en septiembre. Entidades como PNUMA e UICN están ayudando a diversos países —incluyendo Mongolia, Kenia, Etiopia y Argentina— a elaborar la propuesta.
España, entre la veintena países europeos con pastoreo, también tiene su papel en este movimiento global. Los entrevistados coinciden en citarla como un ejemplo de buenas prácticas por la recuperación de vías pecuarias hasta el régimen de facerías o hasta la cría de cerdo ibérico, que ayuda a mantener zonas de alto valor ecológico.
Los expertos ven la década venidera con optimismo, alentados por los avances de la anterior. Para Onyango de la FAO, el pastoreo mutará en respuesta al cambio climático y a la incorporación de tecnologías como la banca móvil, las energías renovables y los drones. Algunos de los 500 millones de pastores abandonarán el sistema, pero otros continuarán. Seguirán enfilando cañadas, recorriendo los cordeles y veredas del mundo. Si todo va bien, el futuro seguirá siendo móvil.
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