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Las ‘leonas’ del rugby femenino

Las delanteras de la selección enfrentadas en una melé.

SE LEVANTA A las 4.50. La noche anterior ya ha dejado listas dos mochilas: trabajo y ropa de entrenamiento. Calienta un café con leche en el microondas y lo pasa a un termo. Un par de galletas de avena completan un desayuno que apura en su coche camino a la fábrica de Seat de Barcelona. Es oficial de segunda: verifica las piezas, el funcionamiento de los robots o carga materiales. Sale a las dos de la tarde, come con su madre y deja paso a la deportista. Gimnasio, fisio y entrenamientos. Cuando llega a casa, a las once de la noche, el ciclo vuelve a empezar. Así es la vida de Aroa González, de 38 años, la jugadora de más edad del rugby español. Ahora se enfrenta a su cuarto campeonato mundial, que comienza esta semana en Irlanda. González es la capitana de la selección española, un equipo vocacional, forjado en el sacrificio de sus leonas, a base de excedencias y días de vacaciones, y hoy impulsado por Iberdrola, la compañía que se ha convertido en la principal promotora del rugby femenino.

La jugadora desafía al tiempo: 68 veces internacional y una trayectoria de 20 años, también reivindicativa. Porque cuando empezaba no había ni tallas para ellas. Se alojaban en colegios mayores sin calefacción antes de entrenar en un campo nevado para preparar un Seis Naciones o un Europeo. Su discurso se debate entre el orgullo por lo conseguido y la pena por no haber nacido más tarde, “con todo lo que tienen ahora o empiezan a tener”, suspira. Como casi todas sus compañeras, González descubrió el rugby por casualidad. Iba apurada en sus clases de tecnología y el profesor subía nota al que lo probara. Y así es como una gimnasta de rítmica giró 180 grados y empezó a empujar melés. González no sabía entonces que el ­rugby llegaría para quedarse.

Cuando empezaban no había ni tallas para ellas. Se alojaban en colegios mayores sin calefacción para preparar un torneo Seis Naciones.

El calor empieza a dar un respiro en el Central de Madrid, en el campus de la Universidad Complutense, mientras la capitana practica en la sombra los saques de touch. Son jugadas ensayadas para poner el balón en juego desde la banda sin que el rival lo intercepte. ¿Qué tiene en mente cuando suelta el balón? “No la cagues”, responde Aroa González, y se ríe. El Mundial de 2014 —España fue novena— pareció su despedida. La incertidumbre en la planificación, el cansancio por el turno de noche en la fábrica y su deseo de ser madre le hicieron colgar las botas. “Me pasé un año haciendo sofing [por sofá] hasta que un día me puse a entrenar y aquí estoy”. Eliminaron a Escocia y se ganaron el billete al mundial. De momento no tiene hijos aunque se le ilumina la cara ante la posibilidad. Y rechaza que jugar con España sea un sacrificio —habla siempre de “orgullo”—. Pero solo ella sabe lo que ha dejado atrás: “Cuando vuelva, me meto en la fábrica y no salgo hasta la próxima concentración porque hay que pagar todas las horas que debo”.

Aroa González.pulsa en la fotoAroa González.

Antes de que la compañera lance el balón, Diana Gasso canta la jugada que van a ejecutar: la secuencia, con nombres de ciudades y números, pretende ser indescifrable. Esta veterinaria, de 32 años, conoce la cuadratura del círculo. En esta selección, integrada por profesoras, arquitectas o empleadas de banca, el esfuerzo diario es incalculable. Gasso pasó de jugar en un equipo mixto a capitanear al Gotics, un club catalán que adora. Con guardias de 24 horas en un hospital de Badalona y un doctorado a cuestas, Gasso ha pedido un mes de excedencia y está acostumbrada a acumular horas de trabajo para asistir a las concentraciones. “Mi mes de vacaciones es un mundial. A mi jefe le gusta el deporte y me deja, pero, si no, sería imposible”.

Gasso tocaba en un grupo de electropunk —Qbits— y tiene claro que el rugby suena a rock and roll. Y eso que el tono pausado de su voz lejos del césped apunta a estilos más clásicos. Es consciente de los límites, pero sonríe ante los progresos, al ver las categorías inferiores de su modesto club. “Siempre están los típicos tópicos de deporte agresivo que no tiene cabida para chicas”. Lo dice una persona que se siente pez en el agua. “Aquí no se puede avanzar si no vamos todas a una, y eso se hace en el día a día”.

Nueva Zelanda es la meca del rugby femenino. “Si pudiera volver a nacer lo haría allí”, reconoce Patricia García.

La comunión es clave. Al seleccionador del combinado, José Antonio Barrio, le llaman Yunke porque en su época de jugador se levantó como si nada tras recibir un golpe terrible. Barrio estuvo al frente de la selección femenina de sevens —rugby de siete jugadores, como es el caso del olímpico— que consiguió diploma en los Juegos del año pasado en Río (solo los ocho primeros lo consiguen y España fue séptima).

¿Cómo se dirige a tanta jugadora que pierde dinero por estar aquí? “Con mucha honestidad. La mezcla de exigencia y flexibilidad es clave para un proyecto que no es puramente profesional en lo económico, pero nos exigimos esa profesionalidad en todo lo demás”.

El equipo rompe filas tras posar en ropa de calle antes del entrenamiento.

La selección española ha participado en cinco de los siete mundiales femeninos y organizó el de 2002. Su mejor resultado fue el sexto puesto en 1991. Las leonas estrenan el próximo miércoles el torneo —que concluye el 26 de este mes— ante las inglesas, vigentes campeonas y grandes favoritas junto a Nueva Zelanda o Canadá. “Tenemos muy pocas posibilidades ante Inglaterra, pero para nosotros es el partido más importante. Somos protagonistas y puede reforzar nuestra imagen deportiva”, asegura Yunke.

El entrenamiento vespertino acaba y la madrileña Patricia García apura sus últimas patadas. La trotamundos del rugby español coloca la válvula y la costura del balón apuntando a palos. Visualiza la diagonal y pone la pierna de chute en la trayectoria. Fija la pierna de apoyo, la que da la fuerza. Dibuja la diagonal con la rodilla e inicia los pasos. Dos hacia atrás, dos en horizontal. Hay que sentir la tierra. Se levanta de puntillas y analiza los siguientes pasos. “Luego no pienso, simplemente ejecuto. No puedes planear el resultado, sino los pasos que te llevan a él”.

Las jugadoras durante distintos momentos del entrenamiento.

Lanzadora de jabalina de adolescente, García probó el rugby porque una compañera de fútbol no dejaba de placarla. “Encontré ese vínculo entre deporte y sociedad. Sin conocer las normas captas rápido los valores. El respeto a compañeras, rivales o árbitro. La libertad con el balón. Podías correr, caer, levantarte, saltar. La capacidad para integrar a gente muy distinta, ya sea físicamente o con diferentes habilidades”.

García, de 27 años, se marchó de Erasmus a Francia para mejorar. Y cuando se abrió la puerta, voló a Nueva Zelanda, “la meca”. “Si pudiera nacer otra vez, lo haría allí”, asegura la centrocampista, licenciada en Ciencias de la Actividad Física y el Deporte. “No busco reconocimiento, pero sí añoro el contexto: una cultura de rugby. Llevaba una vida de alto nivel, compitiendo en el ámbito nacional, dos o tres entrenamientos al día. Fisioterapeutas, charlas, reuniones. Mucho rugby. Los partidos se emitían en televisión y hasta los policías del aeropuerto me reconocían: ‘¡Qué lástima la final contra Auckland! ¡Las teníais!”.

Una jugadora en plena carrera.

Pero optó por regresar a España. “Me planteé quedarme allí más tiempo, pero quería continuar mi trayectoria internacional con la selección española, preparar la clasificación a los Juegos. Además, mi familia y amigos están aquí. Pero no descarto volver a Nueva Zelanda en el futuro”.

El entrenador Yunke quiere puntualizar su creencia más firme: “Para ser jugador de ­rugby, primero hay que ser buena persona”. El boom de fichas que ha traído el olimpismo ha colocado al rugby “ante un momento muy importante”, dice. “Pero si no apoyamos a las selecciones, los jóvenes lo acabarán dejando y se irán a otro deporte”.

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