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CLAVES
Columna
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Por las buenas

Aún no existe un modelo democrático de separación sin consenso entre los que se van, solo hipótesis

Alberto Penadés
Manifestación a favor de la independencia de Cataluña en Barcelona.
Manifestación a favor de la independencia de Cataluña en Barcelona.Getty Images

Hay dos formas de llevar a cabo una secesión en condiciones democráticas. Una, desde luego, es por acuerdo de las partes; la otra es con una mayoría aplastante. El apoyo internacional se sigue de cualquiera de los dos casos. Ninguna de las condiciones, ni su derivada, se observan en Cataluña.

Esto no es una ocurrencia mía. Desde comienzos del siglo XX ha habido 30 secesiones aprobadas por un referéndum popular y reconocidas por los demás países. En todas menos dos los votos a favor de la independencia fueron como mínimo el 75% (el caso de Letonia en 1991, con solo un 12% de abstención). En algunos casos hubo acuerdo previo, en otros no, pero la abrumadora mayoría y la comunidad internacional lo hicieron inevitable.

Es importante apreciar cómo fueron los dos únicos procesos de independencia pactada pero obtenida sin consenso interno: la descolonización de Malta en 1964 y la separación de Montenegro de su federación con Serbia en 2006, ambos con un 55% de votos a favor. Una relación colonial que los mismos británicos querían disolver y un Estado multiétnico con un permiso de separación inscrito en su Constitución. La UE exigió un mínimo de cinco puntos sobre la mayoría para considerar viable un territorio en el que los montenegrinos ni siquiera son la mitad. Cualquier parecido con las referencias retóricas de la autodeterminación nacional es una fábula, no una coincidencia.

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Ha habido otros casos de sociedades donde el apoyo a la independencia era moderado y en los que se ha votado sobre ello, pero siempre ha prevalecido la unión, como en Quebec o en Escocia. Son modelos inacabados, y algo paradójicos para el soberanismo nacionalista. Por poner un ejemplo, solo de los muchos asuntos abiertos: se da por hecho que la secesión supondría la renuncia al norte de Quebec, no independentista, y tal vez a zonas urbanas del sur; y la segregación de las islas septentrionales de Escocia, por igual motivo.

El siglo XXI tal vez traiga esa —para mí, triste— novedad, pero aún no existe un modelo democrático de separación sin consenso entre los que se van, solo hipótesis. Por eso se necesita no solo pactar, sino extremar las cautelas y garantías; lo contrario de lo que vemos.

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