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“Todavía se percibe como violento proclamarse feminista”

Patricia Guerrero, fundadora de la Ciudad de las Mujeres en Cartagena de Indias, Colombia, cree que el cuerpo femenino sigue siendo un territorio de combate social

Patricia Guerrero, fundadora de la Ciudad de las Mujeres en Cartagena de Indias, Colombia.
Patricia Guerrero, fundadora de la Ciudad de las Mujeres en Cartagena de Indias, Colombia. Alberto G. Palomo
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Lo primero que hace es prometer un sancocho de pescado si te acercas a visitar esa Ciudad de las Mujeres que ha dado la vuelta al mundo. Su "hogar", como lo llama, es un proyecto con sede a 11 kilómetros de Cartagena de Indias (Colombia) donde se da techo a víctimas de la violencia, coyuntural o de género. Se ejecutó entre 2004 y 2006. Hoy cuenta con unas 100 viviendas y su fundadora, Patricia Guerrero, lo exhibe como un salto adelante en el camino a la igualdad. Como una forma de restaurar la paz en un país maltratado por la guerrilla, los paramilitares y el machismo estructural.

"No puedes luchar si ni siquiera tienes una ducha", arranca esta abogada, nacida en Bucaramanga hace 61 años, "necesitas la dignidad de ser persona". Antes de dejar que su discurso entre en ebullición, como si del guiso que ofrece se tratara, conviene darle coordenadas al asunto: hasta la firma del acuerdo de paz entre el Gobierno y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), a finales de 2016, este país sudamericano sufrió medio siglo de conflicto armado. En cifras, más de siete millones de afectados entre asesinatos, secuestros, desaparecidos o desplazados a la fuerza. En realidad, toda una nación perjudicada.

Con ellas a la cabeza. "El cuerpo de la mujer es un territorio de combate", arguye Guerrero, "porque es una forma de controlar a la familia y a la sociedad". "La violencia contra las mujeres se ha ejercido desde el principio de todo", cuenta, aludiendo no solo a las deportadas, sino a aquellas que fueron violadas o tuvieron hijos de paramilitares o guerrilleros. "Se les estigmatiza o abandona. Y una cosa es estar en la ciudad y otra en zonas rurales: ahí estás paralizada", declara en un descanso de su intervención en el Foro Mundial de Violencias Urbanas, celebrado en Madrid el pasado abril. Por eso, Guerrero –exjueza y especialista en Derecho Internacional Humanitario– fundó la Liga de las Mujeres Desplazadas, una organización donde acoger a quienes tuvieron que huir y quieren luchar por sus derechos.

Dice Guerrero, a tenor de esta iniciativa que vio la luz hace casi dos décadas, en 1999, que la presión contra las mujeres es mayor porque se rompen las redes de la casa. Los maridos las abandonan, los padres soportan la pena con el escarnio ajeno, los hijos se alejan de esa madre mancillada. De esta forma a priori sencilla –tanto como la facilidad con la que se puede llegar a ejercer la tiranía sobre un pueblo– el núcleo se despedaza, dejando libre a muchos "elementos" inmersos en otro gran problema nacional: la droga.

No puedes luchar si ni siquiera tienes una ducha

El tráfico de estupefacientes (sobre todo cocaína) sigue siendo el combustible de un sector que "comienza con los lores del narco" y termina con "personas corrientes" transportándola. A Guerrero no se le pasa por alto mencionar este hecho, haciendo hincapié en que muchos de los eslabones de esta cadena –"aún viva, porque donde mientras exista demanda no habrá fin"– son niñas o mujeres. "La economía ilegal tiene una extensión enorme", señala, "y no hay políticas públicas contra eso. A la mujer no se la ayuda y vive amenazada". La Junta Internacional para la Fiscalización de Estupefacientes (Fije, en sus siglas originales) sostiene –según su último informe anual, de 2016– que una de cada tres mujeres en el mundo ha sido víctima de violencia física o sexual y que, dentro de este dato, entre el 40 y el 70% se encuentra en tratamiento por drogodependencia. Es decir: estas sustancias están tan inmersas en el mundo masculino como en el femenino y que, como otra parcela social más, también existe la brecha salarial por sexos.

Quizás estos porcentajes se alejan del contexto más cercano a Guerrero. Ella vive a diario con la droga, sí, pero de forma intrínseca a su entorno. La guerrilla ha suplido a los cárteles que disputaron el control del país en los ochenta y noventa del año pasado. Por culpa del tráfico, la gente vive con una argolla en el tobillo: o bien lo sufre de forma colateral, teniendo que dejar sus tierras, o bien lo acepta como trabajo, formando parte de alguno de los estamentos de la pirámide.

A las mujeres, concede Guerrero, se las explota en la casa, en el trabajo, en el narco o, también ahora, en las pandillas. No hay distinción. Lo peor, lamenta, es que no hay programas de atención y los intentos no han servido de nada: "El Plan Colombia (que se elaboró en 1999 entre el Gobierno encabezado por Andrés Pastrana, Estados Unidos y la Unión Europea) ha sido un fracaso terrible", apunta cabreada, "siguen las masacres y el ejercicio excesivo de poder".

A las mujeres, concede Guerrero, se las explota en la casa, en el trabajo, en el narco o en las pandillas

¿Qué hacer? Ella apuesta por la acción directa. Con la Ciudad de las Mujeres y la agrupación, Guerrero quiere dar voz a aquellas personas con las que empezó a entablar una relación más directa en las calles de Cartagena. Aunque nació en el este del país y estudió en Bogotá, fue aquí donde comenzó a hablar en patios interiores con las mujeres desterradas. Entonces, el mayor reto era devolverles el orgullo. Dotarles de fuerza para continuar. Ahora, anota, lo que más trabajo les da es evitar que las jóvenes entren en el tráfico de drogas.

"Nos encontramos con adicción, esclavitud, transmisión de enfermedades venéreas, falta de protección", enumera. Y echarles una mano, acogerlas en este bloque de colores liderado por mujeres, no es solo otorgarles el privilegio del amparo, sino restituir su honra. Empoderarlas, como viene diciéndose últimamente. "Aquí", dice (refiriéndose a los pisos de la Urbanización La Bonanza de Turbaco, en Cartagena, y no al patio de Villaverde donde se encuentra), "no solo se ponen ladrillos y cemento: se reconfigura la autoestima de cada una, se les devuelve su salud personal y sexual, maltratada hasta por los organismos públicos".

Es una transformación "fascinante" que "empieza a dar esperanza", concluye. "Aunque todavía se perciba como algo violento declararse feminista", afirma con naturalidad quien ha recibido galardones dentro y fuera de su país y estuvo nominada entre los 30 mejores líderes para Colombia en 2012. "Se utiliza el término de forma grotesca", asegura, mencionando de nuevo esa sopa a la que tiene cogido el punto y repitiendo la invitación al grito de "eso sí: allí las mujeres mandan".

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