“Soy guapo y rico. Soy guapo y rico. Soy guapo y rico”. Repitiendo esta sentencia todas las noches durante unos minutos y delante del espejo, el universo le regalaría un rostro atractivo y una abultada cuenta corriente. Sin esfuerzo. Como por arte de magia. Tachán.
Durante unos años, los manuales y libros de autoayuda basados en la Ley de Atracción conquistaron los estantes de las librerías y se convirtieron en éxitos de ventas, prometiendo premiar a aquel que gastase su dinero en ellos con el secreto para alcanzar el éxito. ¿Un simple engaño? Respuesta subjetiva. Aunque también incompleta, porque debe ser combinada con otra cuestión: ¿es realmente posible programar el cerebro a nuestro beneficio? La neurociencia dice que sí —con condiciones— y nosotros le vamos a enseñar la única frase que si la repite hasta convencerse de ella hará que viva más años.
Primero veamos cómo debemos convencernos. Numerosos estudios se han ocupado de demostrar que, efectivamente, repitiendo una frase hasta la saciedad, aunque esta no sea cierta, termina por ser asumida como tal. Ya en los años 70, un equipo de investigadores constató cómo el cerebro dota de verosimilitud cualquier idea si es machacada insistentemente. Primera ‘ley’ corroborada. Aunque aquí asoma el primer ‘pero’.
José Luis Trejo es neurocientífico del Instituto Cajal (CSIC) y vicepresidente del Consejo Español del Cerebro, y afirma que los datos de esas sentencias deben ser neutros: “El sujeto no deberá tener prejuicios ni predisposiciones, y los hechos contenidos en las frases no tendrán ninguna consecuencia para ellos”. Por eso, uno podrá creer que, efectivamente, Bogart pronunció en Casablanca la mítica –aunque falsa– frase de “Tócala otra vez, Sam” porque, en realidad, es algo que le importa más bien poco, pero nunca llegará a convencerse de que fue él mismo quien robó la caja de caudales de su oficina. Porque no es cierto, porque él nunca lo hizo, porque ese día ni siquiera estaba trabajando. Porque es mentira, y su asunción como verdad le acarrearía un nefasto castigo.
¿Cerebro convencido? Sí, pero no en todas las ocasiones. Otro estudio de la Universidad de Michigan camina en la misma senda y pone su foco en la "distorsión de la memoria”, avalando la idea de que, cuanto más repite uno su opinión, más opciones tiene de persuadir a los demás. Pero, como en el caso anterior, este también atiende a las ideas transferidas por otros, y no a las que nacen de uno mismo. “La realidad de estas sentencias no se conoce, y Su cerebro no tiene con qué contrastarlo. Por eso, a base de repetírselo, el otro logrará que termine ‘viéndolo’ en su mente, reforzando sus conexiones neuronales y acabando por tornar en real algo sobre lo que, al final, no tiene datos”, explica Trejo. No queda otra que creerlo. Porque el cerebro se predispone a hacerlo, y él tiene más autonomía de la que uno puede imaginar.
La voluntad es indispensable
La magia no existe. Los logros fruto de hechizos y encantamientos son cosa del cine, y nadie puede lograr nada con tan solo desearlo fervientemente. Ni invocando el poder universal. Ni repitiendo nada ante el espejo. No obstante, segundo ‘pero’: “El cerebro funciona mediante procesos cognitivos y conexiones neurales”, detalla Trejo, que añade: “La potencia de estas es tal que también uno mismo puede convencerse de algo, siempre y cuando su motivación sea lo suficientemente fuerte”.
Por eso, si la voluntad es férrea, puede predisponerse hacia determinados objetivos y preparar un escenario propicio para alcanzarlos. Una reciente investigación elaborada por expertos de la Universidad de Harvard descubrió cómo: alterando el lenguaje. Cambiando sentencias como “esto me estresa, me pone nervioso, no sé cómo afrontarlo” por otras más bondadosas, como “esto me ilusiona, me genera una gran expectativa”, el cerebro afronta mejor cualquier nueva empresa. No se trata de evitar la ansiedad o mirar hacia otro lado, ni de engañarse a uno mismo con palabras bonitas, sino de preparar al cerebro para enfocarse hacia la vía adecuada para afrontar cualquier actividad.
“Un saltador de pértiga siempre visualizará en su mente los movimientos que debe describir para realizar un ejercicio perfecto antes de hacerlo. ¿Significa que lo conseguirá? No, pero su mente —y su cuerpo— estarán más predispuestos a lograrlo”, asegura Trejo.
La frase
Otro equipo de expertos de la Universidad de Stanford descubrió que aquellos que consideran que realizan menos ejercicio que las personas de su edad terminan por vivir menos años —aunque su estado de salud sea objetivamente bueno— porque creen que no hacen lo suficiente para estar bien, o que no están tan bien con deberían. Y al revés: aquellos que piensan que hacen bastante deporte, aunque en realidad este sea insuficiente, terminarán contando con una mejor salud fisiológica y con un sistema inmunitario más fortalecido. Una cuestión de actitud ante la vida. “Esto quiere decir que el cerebro es capaz de autoconvencerse de determinados asuntos y llegar a modificar discretamente la salud, aunque nunca podrá cambiarla sin más”, confirma el neurocientífico Trejo.
Todo pasa, primero, por creérselo: "Soy más activo que la media de mi edad". Pero ese es el inicio: “Una frase por sí sola no sirve de nada; por mucho que en el cerebro se activen determinados procesos neuronales, esas ideas tienen que terminar trascendiendo la realidad, siendo implementadas con esfuerzo”. José Luis Trejo aleja así a la ciencia de la fe ciega, la condensada en los manuales de autoayuda, motores de “ideas que la gente compra y termina por hacer suyas, pero que no sirven por sí mismas para cambiar nada”.
Entonces, ¿es posible reprogramar al cerebro y encaminarlo hacia el éxito? Sí. ¿Basta con verbalizarlo? No. La actitud mejorará, el camino será mucho más sencillo y se liberará de muchas piedras, pero la dedicación terminará siendo imprescindible para triunfar. Y todo lo demás, según los científicos, ruido, humo y ánimo por vender libros.
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