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Columna
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Una presidencia sietemesina

La desnudez política de Trump frente a China y Rusia es alarmante

Francisco G. Basterra
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en la Casa Blanca.
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en la Casa Blanca.Carlos Barria (REUTERS)

Hemos sobrevivido a los primeros seis meses de la presidencia de Trump. El resultado es una criatura sietemesina débil, prematura, necesitada de cuidados intensivos, capaz de desagradables sorpresas. Su llegada a la Casa Blanca ha provocado un incremento de la incertidumbre mundial, dañado la imagen de EE UU, provocando estupor entre sus aliados. Sin que en el horizonte aparezca otra potencia capaz de echarse sobre los hombros el desafío de llenar el vacío que causa el repliegue estadounidense.

La única plausible, China, está todavía en proceso de consolidación interna y no se lo propone. Xi y Putin ya le han cogido la matrícula al presidente menos preparado de la historia reciente de EE UU. El presidente ruso ha comprometido, no sabemos cuánto ni por qué, a Donald Trump, también a su familia, con la interferencia de Rusia en la elección presidencial, que investigan el Congreso y un fiscal especial.

La sombra cada vez más alargada de la colusión con Rusia enreda al presidente y sus abogados buscan la manera de acotar la investigación, acusar al fiscal Mueller y a su equipo de conflicto de intereses y explorar un posible autoperdón que se concedería a sí mismo el presidente. Mientras, el presidente emite un voto de desconfianza sobre su ministro de Justicia. No hay política exterior de Washington hacia Rusia, a no ser la inexplicable admiración de Trump por su colega ruso.

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No hay política exterior de Washington hacia Rusia, a no ser la inexplicable admiración de Trump por su colega ruso

Xi Jinping ha desnudado igualmente al ignorante presidente, que parece pelear por hacer grande a China otra vez. Cometió la insensatez de romper el Tratado Comercial Transpacífico, seguramente sin haberlo leído y sin comprender sus implicaciones geoestratégicas. Ahora deberá negociar bilateralmente con Pekín en vez de hacerlo encabezando un acuerdo de 12 naciones que controlan el 40% del comercio mundial. Abandonó el Acuerdo de París permitiendo a Pekín ostentar el falso título de campeón de las energías limpias. Xi detuvo las amenazas de retorsión comercial de Washington con el espejuelo de ayudarle a desactivar la amenaza nuclear de Corea del Norte. Thomas Friedman, analista de The New York Times, afirma que en América le llamamos Trump pero en China se pronuncia chump, tonto útil o bobo en inglés.

La relación de EE UU con China es el problema central del orden internacional. La contención de China, repitiendo la operación que realizó Truman con la URSS, ya no es repetible. Trump ignora la geografía y la historia. La paz o la guerra al final de la segunda década del siglo XXI se juega en el área donde el Pacífico occidental y el océano Índico se tocan, el Mar del Sur de China, el cordón umbilical marítimo a través del cual Pekín recibe la energía que necesita y exporta sus productos baratos. La pretensión de hegemonía de China es similar a la que sostuvo EE UU a principios del siglo XX sobre el Caribe y lanzó su imperio, argumenta el analista Robert D. Kaplan. Pekín también aspira a ser, como EE UU, un poder con dos océanos, el Pacífico y el Índico. ¡Es la geografía, estúpido!

fgbasterra@gmail.com

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