Tierra Santa, Argentina
Antes veía en Tierra Santa un monumento al 'kitsch'. Pero ahora veo algo como justicia divina
Foto 1. Mi marido sonriendo junto a un romano en fibra de vidrio que devora una pata de pollo. Bajo de ellos hay un letrero: Peligro No Subir. Atrás y arriba de ellos está Cristo crucificado. Foto 2. Estoy sentada en una banca, espero, bebo agua. Sobre mi cabeza, un reloj marca los minutos que faltan para La Creación. Estamos en Tierra Santa, un parque de diversiones a las afueras de Buenos Aires. Tiene lo que todos: fast food, empleados disfrazados, souvenirs.Pero también lo que ningún otro: El Pesebre, La Última Cena y el Muro de las Lamentaciones.
La Creación ha lugar cada media hora en un teatro que apesta a humedad. Aparece primero la carismática megafauna africana —que avanza sobre rieles hasta llegar al centro del escenario— e inmediatamente después Adán y Eva. Hacia el final se nos revela el creador mismo: un rayo láser verde.
Cada hora suena por el parque el Mesías de Handel. Es la hora de La Resurrección: un Cristo de 18 metros de altura surge de un montículo y hace una especie de humilde break dance que consiste en cuatro movimientos repetidos (palmas arriba, palmas abajo, cuello para un lado, cuello para el otro) y que están destinados a desilusionar al publico dado que los folletos prometen 36 movimientos mecánicos.
Para fotografiarnos esperábamos a estar solos porque el visitante promedio de Tierra Santa acude sin ironía y no queríamos molestar a nadie. No sé bien por qué saqué estas fotos casi una década más tarde, pero sé que las veo con nuevos ojos. Quizás es porque ahora vivo en la ciudad con la segunda catedral gótica más grande de Europa y es verano, recibo visitas, las llevo a verla. La recorremos con el mismo ritmo de los cientos de personas que nos rodean. No el paso de museo, en el que uno pausa frente algo que le interesa, sino el más lento y constante de quien entra a un centro comercial para disfrutar el aire acondicionado.
O quizás es porque hace unas semanas Norberto Rivera —el arzobispo que lleva décadas encubriendo a un pederasta tras otro desde su trono en la Ciudad de México— fue finalmente denunciado ante la PGR. Pero ya vemos venir que lo dejarán, como a su protegido Marcial Maciel, morir tranquilito en casa.
Antes veía en Tierra Santa un monumento al kitsch. Pero ahora veo algo como justicia divina. La Iglesia católica, ese bastión histórico de la hipocresía moral, merecería más de esto: sus templos llenos de turistas tomando el fresco, sus siervos comulgando en parques de diversiones.
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