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CLAVES
Columna
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Secesión sin democracia

Estamos ante un debate bronco y asfixiante en el que las garantías democráticas son las primeras víctimas

Carles Puigdemont ayer durante su intervención en el pleno en el Parlament de Cataluña.
Carles Puigdemont ayer durante su intervención en el pleno en el Parlament de Cataluña. Albert García

Al principio fue la democracia. Más democracia. Una colectividad, se dijo de acuerdo al precedente de la ley de claridad canadiense, tiene que tener derecho a debatir sobre su futuro. Si tras hacerlo de una forma sosegada, habiendo concedido a todos los puntos de vista igualdad de oportunidades, se llegara a la conclusión de que una mayoría suficiente (de quebequeses, escoceses o catalanes) quieren constituir una nueva entidad política, sería difícil encontrar razones para impedir una consulta. Y si esa consulta se celebrara con una pregunta clara en la que las consecuencias de la decisión fueran nítidas y la mayoría requerida para la aprobación también fuera rotunda, entonces no habría más remedio que aceptar la voluntad libremente expresada de ese colectivo.

Todo eso en un mundo ideal. Pero como hemos comprobado en estos años del devenir soberanista catalán, ese mundo ideal, en el que ciudadanos libres y bien informados intercambian “razones razonadas” en un espacio público abierto y bien organizado, no existe. Al contrario, en lugar de avanzar hacia una democracia deliberativa de calidad hemos retrocedido en la calidad y cantidad de la democracia realmente existente y abierto el paso a un debate bronco y asfixiante donde las garantías democráticas son las primeras víctimas.

Frente al argumento independentista que justifica la secesión como vía de lograr una democracia más avanzada, lo que vemos es cómo el independentismo y la democracia están a punto de tomar caminos separados. Porque una secesión unilateral en la que la mitad de la población fuera ignorada conllevaría la emergencia de un Estado en el que la democracia solo regiría para la mitad que secundó el proceso. Mientras, los que se negaran a participar en la disolución forzada de su Parlament y Estatut quedarían fuera del juego político, cívico e institucional, privados de sus derechos y forzados a elegir entre convalidar los hechos consumados o marginarse de la vida pública.

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Lo peor de todo es que, llegados a este punto, forzados a elegir entre secesión o democracia, un buen número de independentistas parecen decididos a elegir la primera a costa de la segunda. La secesión democrática acabaría así en secesión sin democracia. @jitorreblanca

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