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La belleza imposible para los mortales de carne y hueso

La mujer del siglo XXI experimenta un malestar casi crónico por no ajustarse a un ideal de cuerpo esbelto hasta lo escuálido, eternamente joven y seductor

Una imagen de la campaña de verano 2017 de Kling.
Una imagen de la campaña de verano 2017 de Kling.

La mujer del siglo XXI sigue esclavizada por la apariencia y experimenta un malestar casi crónico por no ajustarse a un ideal esbelto hasta lo escuálido, eternamente joven y seductor. Vive como normal la lipofobia y la insatisfacción corporal, y ambas se hacen vitales. Ya en la adolescencia, una mujer construye gran parte de su autoestima con la satisfacción corporal por su físico; los varones, que también padecen este descontento corporal, centrado en la muscularidad sobre todo, dan más importancia en su autovaloración a la eficacia. Y sufren menos, en general, por su cuerpo. En verano, la mayor exposición del cuerpo —con el bikini, el bañador y los pantalones, las faldas o los vestidos cortos— incrementa los complejos y el malestar por el físico; muchas mujeres adolescentes y jóvenes evitan ir a la piscina o se ocultan bajo la protectora toalla.

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Las imágenes de pantallas, tecnologías de información, redes sociales y medios de comunicación de masas enfocan, seleccionan y encuadran una parte de la realidad. Y nos la repiten una y mil veces, convirtiéndola en evidencia, en hecho. Esa realidad es sustituida, sin casi percatarnos, por una serie de representaciones. Nos cubren de embustes, modifican las fotografías de mujeres bellísimas de acuerdo al canon establecido y luego nos las tienden para que queramos convertirnos en ellas. Imágenes que son la “perfección” ideal gracias a una dura selección de los modelos más atractivos, del maquillaje, de la iluminación, de los filtros, de las aplicaciones y de los retoques digitales informáticos.

Personifican una belleza, aparentemente perfecta, imposible para los mortales de carne y hueso. Frente a la experiencia directa de los cuerpos imperfectos, terrenales y mundanos, con los que nos cruzamos a lo largo de nuestra existencia, quedamos atrapados en el aprendizaje por la observación en las redes y mass media de imágenes distorsionadas, manipuladas y artificiosas. Tan irreales, imaginarias y virtuales (andróginas, tubulares, esqueléticas) como con apariencia de realidad por salir en pantallas o papel couché. Lo mediático, por serlo, se percibe como real. Se confunde realidad y representación.

La comparación con los cuerpos icónicos y ficticios considerados bellos genera frustración y es fuente de malestar, sobre todo en el género femenino. Así, se ha comprobado experimentalmente que la exposición a imágenes publicitarias de modelos delgadas disminuye la satisfacción corporal (que aumenta después de ver modelos con sobrepeso). No nos sirve como referencia confrontarnos con las imperfecciones de los cuerpos reales de nuestra familia, pareja, amigos, compañeros o vecinos.

En lugar de fijarnos en nuestro entorno cercano lo hacemos en las diferentes pantallas que nos bombardean con sus iconos. Tendemos a cotejarnos con la etérea perfección de lo inexistente a la que atribuimos, erróneamente, el valor de la autenticidad. Es la tiranía de los medios, la imagen y la moda, que nos presionan, nos hacen obsesionarnos con el cuerpo. Y que conlleva, además de un sufrimiento y malestar emocional, el riesgo de caer en dietas innecesarias, insalubres o salvajes que son la antesala de un posible trastorno alimentario.

A lo largo del siglo XX, la prensa femenina, la publicidad, el cine y la fotografía de moda han difundido por primera vez las normas y las imágenes ideales de lo femenino a gran escala. Los medios, Internet y las redes sociales son los principales responsables de la actual difusión y homogeneización interclasista de modas y costumbres; y de la uniformidad de la cultura en este mundo global. Un mundo de iconos, de parrillas televisivas clónicas, pantallas, teléfonos inteligentes, que unifica las costumbres alimentarias e internacionaliza el culto a la delgadez, los cánones estéticos enflaquecidos y sus trastornos asociados. El espíritu de la época, el Zeitgeist, tiene un innegable peso a la hora de considerar el aumento de la prevalencia e incidencia de los trastornos alimentarios, la obesidad y la malnutrición.

Quedamos atrapados en el aprendizaje de imágenes distorsionadas, manipuladas y artificiosas

La vulnerabilidad de la adolescencia, sobre todo si se es mujer, la predisposición genética, el perfeccionismo o la inestabilidad emocional, las dificultades de regulación emocional, el manejo de emociones negativas y la impulsividad se unen a esta cultura de obsesión e insatisfacción corporal y a la presión de las pantallas para acabar en un trastorno alimentario. Una patología difícil de tratar que consume una enorme cantidad de recursos de salud y que puede tener un efecto devastador en el desarrollo, con graves consecuencias físicas, psicológicas, educativas y sociales, con efectos adversos en el entorno de los pacientes, sus familias y sus relaciones. Algo que podemos prevenir si conseguimos educar mujeres y hombres menos vulnerables y más satisfechos con sus cuerpos.

Pedro Manuel Ruiz Lázaro es experto en trastornos de la alimentación. Jefe de la Sección de Psiquiatría Infanto-Juvenil UTCA del Hospital Clínico Universitario Lozano Blesa de Zaragoza, socio fundador y vocal de la Asociación Española para el Estudio de los Trastornos de la Conducta Alimentaria, profesor asociado de Psiquiatría de la Universidad de Zaragoza, profesor de varios másteres, e investigador asociado del Instituto Aragonés de Ciencias de la Salud.

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