Banderas
No sé si debo arroparme bajo alguna o negarme a cualquier tutela que venga mandada por unos colores
Mi barrio se ha llenado, poco a poco pero sin pausa, de banderas. Hasta casi provocar la asfixia ciudadana. Y yo no sé si debo arroparme bajo alguna o seguir a Jacques Brel y negarme a cualquier tutela que venga mandada por unos colores.
Primero fue la bandera del gayes (así se hace el plural de gay en muchas tabernas de mi barrio), que tiene todos los colores y que no ofende a nadie más que a quien quiera ofenderse, porque es la representación de una gran humillación colectiva sostenida durante siglos con el apoyo de todos los poderes, empezando por la Iglesia católica, alguno de cuyos funcionarios sigue dando la matraca. Es bueno aclararse: yo he sido partícipe hasta hace algunos años de prácticas repugnantes de humillación a homosexuales.
Y, como no tengo nada en contra, me quejo solo de su abundancia excesiva. Mi barrio parece Barcelona solo que las rayas de las banderas son más variadas y no llevan estrellas.
Después, el cura de la parroquia de San Ildefonso, que es un psicópata de las campanas, ha empezado lo que parece una guerra al mejor estilo de Uxue Barkos en Navarra. De la torre de la iglesia penden ahora mismo una bandera española de moderado tamaño, otra de los caballeros del Santo Sepulcro, además de una blanca y amarilla de un Estado extranjero, el Vaticano. Esta última ya me solivianta un poco. Porque no sé a qué derecho se puede acoger el cura para declarar ese edificio extranjero, como si fuera Gibraltar.
Queda, además, una modesta enseña republicana, que me sirve de consuelo en tiempos difíciles.
Pero la que me altera la vida es una bandera roja, de gran tamaño, que pende también de la torre de la iglesia. Nadie me explica el extraño maridaje. Supongo, después de ver en Internet la información disponible, que se trata de una versión de la Cruz de Jerusalén.
Y la vida vuelve a ser gris. Porque yo tenía la esperanza de que Sánchez e Iglesias hubieran captado al cura psicópata para la causa de la izquierda española. En los últimos días me doy cuenta de que los viejos más viejos del PSOE se han apuntado al sanchismo, según una máxima que dice que Felipe González ganó la mayoría en este país para hacer un programa centrista; nada que ver con el izquierdismo que las bases socialistas exigían.
Hay una encuesta de Tezanos al respecto, y planes detallados de Manu Escudero. En poco tiempo tendremos un PSOE de izquierda. Qué tranquilidad.
Pero, mientras tanto, quítenme las banderas. Me basta con la gay.
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