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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El tertuliano como síntoma (y como símbolo)

Hay un espécimen de tertuliano para cada español

La figura del tertuliano no puede considerarse específica de España, pero sí característica, en la medida en que el tertuliano estiliza, sublima o elabora la versatilidad de las charlas de bar o la promiscuidad de criterio en la reunión de amigos.

Propensos somos a hablar de todo los españoles, tan propensos como hacerlo con apasionamiento, de forma que el tertuliano se convierte en la expresión profesional del todólogo que llevamos dentro, y no tanto por la convicción de las posiciones dialécticas como por el énfasis de la dialéctica misma. Que requiere un antagonista y que emula alegóricamente La riña a garrotazos de Francisco de Goya.

No cabe expresión más poderosa del cainismo que nos identifica. Y que identifica también la tertulia política en su naturaleza del despecho. Más que confrontarse ideas en los platós, se confrontan perfiles psicológicos, cuando no patologías psiquiátricas.

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Entiéndanse éstas hipérboles en la experiencia de quien se gana la vida como tertuliano. Recelaba del oficio hasta haberlo asumido y haberlo explorado, en todos los horarios, todos los formatos, todos los medios y de todas las maneras, consciente del desprestigio del sustantivo, pero también de sus méritos y de sus cualidades adaptativas, pues los tertulianos se han consolidado, he aquí la paradoja, como una especie eternamente amenazada. Y cumplen un papel incomparable en los tiempos del periodismo espectáculo o del periodismo precario. Precario quiere decir que el tertuliano rellena espacios de bastante audiencia y mayor exposición a cambio de una remuneración modesta. Les resulta rentables a las cadenas la figura del tertuliano. Aprecian su piel de amianto. Y agradecen especialmente a los periodistas que han construido un personaje, de manera que los contenidos quedan subordinados al sensacionalismo de la “actuación” o la vehemencia de las cualidades teatrales.

Podrá discutirse al tertuliano la superficialidad y ocurrencia de sus comentarios, la frivolidad con que oscila del independentismo catalán al terrorismo de ISIS, del último disco de la Pantoja —que nunca es el último— al gambeteo de Neymar, de la crisis bancaria a la angustia milenial, pero la supervivencia de esta mutación periodística sería inconcebible sin la credibilidad o la solidaridad que le conceden la sociedad misma, incorporando el tertuliano a su hábitat informativo o encontrando en él caminos de identificación, variada como es nuestra especie —la especie del tertuliano— en aspecto, ideas, extravagancias, matices, criterios o formalidades.

Quiere decirse que hay un espécimen de tertuliano para cada español. Y que las tertulias adquieren por idénticas razones culturales, “antropológicas”, la proyección sociológica de la metatertulia, hostigándose la palabra y el discurso con las pantorrillas enterradas en el fango, igual que ocurre en el cuadro de Goya, no por adherirse a una posición en la que realmente se cree o se crea, sino para negarle la razón al prójimo.

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