Empatía inversa
Consigo imaginar lo que debe significar ser aclamado un día y vilipendiado al siguiente. Ronaldo, defiendo tu presunta inocencia pero enrabietarse con España, no procede.
Tengo tendencia natural a ver la parte buena de todo el mundo, aunque hay gente que decididamente no se lo merece. En el colegio, los profesores a veces acompañaban sus réplicas a mis inmaduros argumentos mirando al cielo resignados y exclamando: "Ya está aquí la defensora de los pleitos pobres". Sigo igual. La fiscalía, decididamente, no casa con mi tendencia congénita a ponerme en lugar del que me mete el dedo en el ojo y preguntarme ¿y yo qué haría si estuviera en su lugar?
Básicamente por tener temas de conversación con mi hijo, he seguido con pasión de hooligan la final de la Champions, las bromas de Sergio Ramos y el aquí estoy yo de Cristiano Ronaldo sobre el césped de Cardiff. Es bueno CR7. Genera negocio para su club. Trabaja duro para meter la pelotita en la portería y ser el Pichichi, el Balón de Oro, el mejor jugador del mundo, el astro más brillante del universo futbolero.
Me pongo en modo comprensivo y consigo imaginar lo que debe significar ser aclamado un día y vilipendiado al siguiente. El ego es siempre más proclive al halago que a la crítica. Pero enrabietarse porque la fiscalía te acusa de defraudar 14,7 millones de nada, no procede. Ronaldo, defiendo tu presunta inocencia. Entiendo que dejes el manejo de tu millonaria economía en manos de asesores, pero si te fallan a la hora de explicar que hay que pagar impuestos según las leyes del país en el que vives, pídeles cuentas a ellos. El resto de los españoles bastante tenemos con enfrentarnos a nuestra propia declaración de la renta y esforzarnos por practicar la empatía inversa. Ponte tú en nuestro lugar.
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