Seis días, 50 años
La paz entre Israel y Palestina es una obligación, no una opción deseable
Resulta trágico que una guerra que duró apenas seis días haya derivado en un conflicto que ha cumplido 50 años en medio del pesimismo, la resignación y —también, por qué no— el cinismo en cuanto a las posibilidades de su resolución.
La victoria de Israel en la Guerra de los Seis Días sobre cinco países árabes —Siria, Egipto, Jordania, Líbano e Irak— se tradujo en la ocupación israelí de Jerusalén Oriental, Cisjordania, Gaza, los Altos del Golán y la península del Sinaí. A resultas de ello se generó un problema gravísimo que no ha terminado en el transcurso de todas estas décadas y ha trascendido las fronteras regionales para convertirse en una causa mundial.
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Durante este medio siglo se han sucedido otra gran guerra —en 1973—, los acuerdos de paz entre algunos de los contendientes, la retirada israelí de varios de los territorios conquistados y una interminable lista de negociaciones, choques armados, intervenciones militares y movimientos en el tablero internacional entre israelíes y palestinos. Ello ha convertido el conflicto en fuente de discusiones y frustraciones locales y de países, organismos y organizaciones civiles que han intentado aportar su esfuerzo para que la paz llegara a la región más emblemática de Oriente Próximo.
Pero lo fundamental es que cinco décadas después del cese de hostilidades alcanzado en 1967, Israel sigue ocupando territorios que no le fueron asignados por el plan de partición aprobado por Naciones Unidas en 1947 ni que quedaron bajo su control tras el armisticio árabe-israelí de 1949, la conocida Línea Verde. Unos territorios sobre los que debe asentarse un Estado de Palestina soberano y no tutelado, bajo ningún concepto ni condición, por su vecino israelí.
La ocupación ha marcado muy negativamente durante este medio la vida de israelíes y palestinos. En el primer caso, consagrando una forma de gobernar tendente a pensar casi exclusivamente en términos militares y de seguridad con la consiguiente erosión profunda de los valores democráticos de Israel denunciada, en primer lugar, por importantes sectores de la propia sociedad israelí. En el lado palestino ha hecho que varias generaciones hayan crecido sometidas a una potencia extranjera con unas expectativas de futuro muy limitadas y la constatación permanente de que han ido perdiendo terreno tanto literalmente como en términos de libertad de movimientos y progreso personal y social.
La búsqueda de la paz no puede convertirse en una frase retórica ni, todavía peor, en un concepto torticeramente utilizado para la consagración de un statu quo que beneficia a unas élites y perjudica fundamentalmente a la población palestina. La ocupación de Cisjordania es insostenible desde cualquier punto de vista legal y el bloqueo de Gaza que realizan Israel y Egipto debe terminar. Ambas son situaciones heredadas de la Guerra de los Seis Días.
Israelíes y palestinos han estado en varias ocasiones muy cerca de alcanzar una solución definitiva. Alcanzarla no es una opción deseable sino algo que deben sus dirigentes —cada uno según sus responsabilidades— a sus ciudadanos. Medio siglo de ocupación solo ha traído sufrimiento y más conflicto. Es hora de que acabe.
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