El canciller que quería una Europa unida
Helmut Kohl fue un político de los que hacen grande la tarea
La noticia, dolorosa personalmente, me coge en tierras colombianas, implicado en la verificación del cumplimiento de los acuerdos de paz, en la vecindad de Venezuela, azotada por una crisis política, institucional, económica y social de una gravedad imposible de desconocer.
Sin embargo, me domina la tristeza por la pérdida del amigo Kohl, con el que compartí muchos años de responsabilidad y compromiso por la construcción de una Europa fuerte y unida en valores y objetivos solidarios.
Él fue decisivo para que España se incorporara en 1986 a las Comunidades Europeas. Lo fue para que entre 1985 y 1995 viviéramos juntos la “década de la galopada” europea.
Él fue el canciller de la Unidad Alemana y yo tuve la oportunidad de acompañarlo y ayudarlo en este propósito desde el primer minuto: el de la caída del Muro de Berlín.
Helmut Kohl aceptó cambiar el marco por el euro y se jugó las elecciones, consciente de la posible derrota pero convencido de la trascendencia de su compromiso.
Ha sido un político de los que hacen grande la tarea. Y un político peculiar, que daba importancia a la amistad personal para generar confianza en las relaciones políticas. Por eso puedo decir que fuimos amigos, en los buenos momentos y en las decisiones complicadas y difíciles que nos toco tomar.
“Nunca más una Europa Alemana. Quiero una Alemania Europea”. Así interpretaba la historia que había vivido, con las tragedias de dos tremendas guerras en el siglo XX.
Dos anécdotas, entre centenares, definen nuestra relación: cuando perdió las elecciones —después de 16 años de éxitos— le comenté que para ganar elecciones se necesitaban millones de votos, pero que para vivir era suficiente con el afecto y la confianza de los amigos y familiares que te conocen de verdad. Que pensara que siempre era más importante vivir que ganar elecciones y que él disfrutaba de esa condición para vivir. Lo recibió con emoción y creo que le sirvió para encajar esa parte de traición de algunos que siempre acompaña a la derrota.
También trataba de convencerlo de que éramos de la misma generación más allá de la diferencia de edad que él relataba para decirme que no, que yo era de la generación siguiente a la suya. Aproveché su constante pensamiento sobre la II Guerra Mundial para explicarle mi posición. Cuando se combate en la misma trinchera se termina siendo veterano de la misma batalla. Y ese combate por una Europa unida, relevante para los ciudadanos y para los demás, nos hacía veteranos de la misma lucha y, por eso, la diferencia de edad era irrelevante. Solo así lo aceptaba.
Hoy es más el momento del dolor por la pérdida, que del relato de lo vivido juntos. Por eso se queda aquí mi reacción. Adiós, Helmut. Los amigos no te vamos a olvidar.
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