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‘Zanahoria retorcida’ o cómo un nombre seductor puede hacer que tus hijos coman más verdura

Expertos de Stanford hacen un experimento que muestra cómo poner nombres atractivos a los alimentos sanos es beneficioso y muy barato para prevenir la obesidad

Carolina García
PhotoAlto/Anne-Sophie Bost (Getty Images/PhotoAlto)

La preocupación por el incremento de personas obesas en el mundo ha llevado a muchos expertos a buscar caminos alternativos para que niños y jóvenes coman más sano y consuman más frutas y verduras. Un último intento sugiere que cambiar el nombre de las verduras y frutas, haciéndoles más excitantes y atractivos, hace que los estudiantes elijan estos alimentos sanos con más frecuencia.

El estudio se ha elaborado en la Universidad de Stanford y ha sido publicado esta semana en el JAMA. Cabe recordar que los últimos datos proporcionados por la Organización Mundial de la Salud este mes de junio aseguran que “un 10% de la población mundial padece obesidad y enfermedades relacionadas, como problemas cardíacos y diabetes tipo II”. La enfermedad viene siendo catalogada por los expertos desde hace años como La Epidemia de nuestro tiempo.

Zanahorias retorcidas y cítricos glaseados

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Cualquier medida es buena si se ataja el problema del sobrepeso y la obesidad, promoviendo la ingesta de alimentos nutritivos y saludables, aunque, muchas veces, esta comida es percibida por muchos como menos sabrosa. ¿Cómo podemos hacer entonces que estos alimentos resulten más seductores? Para contestar a esta pregunta, los expertos decidieron describir estos alimentos sanos con términos más excitantes e indulgentes, términos que se suelen usar con comida no tan saludable, y averiguar si este cambio hacía que las personas consumieran más verdura. 

El experimento se hizo durante el otoño de 2016 en el comedor de la Universidad de Stanford. Cada día, una de las verduras que ofrecía el menú era descrita como básica, sana restrictiva, positiva sana, o indulgente. No se hicieron cambios en la forma en que las verduras fueron preparadas o servidas.

Por ejemplo, para la descripción básica simplemente se le denominaba con el nombre común, por ejemplo, “zanahoria”; la restrictiva saludable las describía como "zanahorias con aderezo de cítricos sin azúcar"; como salud positiva, "esta es la elección inteligente de zanahorias con vitamina C" y la indulgente como "zanahorias retorcidas con cítricos glaseados".

Cada día, un investigador recogía los datos de verdura consumida. “Durante el estudio, fueron elegidos 8.729 menús con verdura de los 27.933 que se sirvieron en total”, aseguran los autores.

“Resultó que los nombres más seductores hicieron que un 25% más de gente eligiera las verduras frente a los que estaban descritos de una forma más básica, un 41% más de personas decidió cómerlos frente aquellos que tenían una descripción más restrictiva y un 35% más de estudiante los eligió frente aquellos que estaban descritos como saludables”, explican.

“Concluimos que poner nombres seductores a las verduras y frutas hace que un mayor número de personas los elijan”, dicen los autores. “Estos resultados animan a aplicar esta técnica con el fin de promover una alimentación saludable. De forma que sobrevalorar positivamente los alimentos, haciéndoles más seductores y haciendo hincapié en sus propiedades y beneficios, hace que se coman más. Por ejemplo, en niños, una buena técnica podría ser usar superhéroes", añaden.

“Estos resultados también se pueden extrapolar a los adultos, para que estos consuman más verdura, usando las mismas técnicas de descripción que se usan con los alimentos menos saludables, pero que les hace más apetecibles. Esta estrategia, que es barata, se podría implantar también en restaurantes, cafeterías y productos de venta en supermercados. Aunque más investigación es necesaria con el fin de explorar el potencial de los nombres atractivos para paliar la perversa cultura que describe a las verduras como menos sabrosas”, terminan.

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Sobre la firma

Carolina García
La coordinadora y redactora de Mamas & Papas está especializada en temas de crianza, salud y psicología, y ha desarrollado la mayor parte de su carrera en EL PAÍS. Es autora de 'Más amor y menos química' (Aguilar) y 'Sesenta y tantos' (Ediciones CEAC). Es licenciada en Psicología, Máster en Psicooncología y Máster en Periodismo de EL PAÍS.

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